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ASÍ NOS DIVERTÍAMOS

Allá por la década de los 60, coincidiendo con el final de nuestra niñez y comenzando nuestra preadolescencia, en aquellos años en que los Reyes Magos nos solían traer una culebra de mazapán, un duro de paga y en el mejor de los casos alguna escopeta de perdigón, los chicos teníamos que agudizar el ingenio para construir nuestros propios juguetes, o más que juguetes, artilugios con los que pasar el rato. Era muy raro que jugásemos en casa. Todos los juegos se hacían en la calle, con los amigos del barrio, con los amigos de otro barrio y con los enemigos de otro barrio. Así, después de bajar de la escuela, con la merienda en la mano (no te echarás novia si comes por la calle, nos decían), salíamos a tomar las calles del pueblo para divertirnos, unas veces con algún juego grupal y otras haciendo alguna trastada o chandrío. Recuerdo que había chicos que toda su existencia se la pasaron haciendo chandríos de todo calibre. Al día siguiente estos actos casi vandálicos llegaban a oídos de los maestros (D. José y D. Ezequiel) y tenían que pagar por sus hechos. No pretendemos contar los chandríos que se cometían ni quienes fueron sus autores porque muchos de ellos, actos y autores, fueron por un acuerdo tácito entre amigos, guardados como el mejor de los secretos de una amistad profunda.

Queremos evocar algunos juegos que aportaban diversión, competitividad, asunción de reglas y en algunos casos ingenio desbordado.

 

AVE QUE VUELA, A LA CAZUELA

 

Los aficionados a la cinegética se las ingeniaban para practicarla de forma distinta dependiendo muchas veces del nivel económico familiar. Los más pudientes tenían una escopeta de perdigones, traída en muchos casos por los Reyes Magos. Era el método más eficaz  de matar unas cuantas crías de gorrión, a comienzos de verano, con las primeras calores, para hacer una merendola con los amigos.

Otros que anhelaban la escopeta pero no la podían tener, se fabricaban un tiravete (en Dicastillo tiravique), o artefacto más conocido como tirachinas.

Para hacer blanco con este artilugio se necesitaba una habilidad especial, pues estaba construido con una buena horquilla de mimbre, dos gomas muy elásticas atadas con liza (bramante) en cada uno de los extremos de la horquilla y por el otro extremo una pieza de cuero con dos ranuras por las que se sujetaban los extremos de las gomas.

Digo que era muy difícil hacer blanco porque carecía de punto de mira, había que centrar el objetivo entre los dos brazos de la horquilla o manillera.

Como munición, cantos rodados o piedras muy redondeadas que íbamos recogiendo por las calles y guardando en nuestros bolsillos, hasta que éstos se rompían por el peso de las piedras. Era muy frecuente que los chicos llevásemos el bolsillo del pantalón roto y fuéramos dejando un reguero de piedras u otras cosas que perdíamos por el camino. 

Otra manera de cazar, casi siempre crías de gorrión, era con cepos que los parábamos en cualquier lugar. A veces sobre los carajones de los machos, porque los gorriones iban a escarbar para encontrar algo que comer.

Pero la manera más ingeniosa de capturar pájaros, era la de “echar papeles a los gaviones”. Son los gaviones unos pájaros migratorios que llenan el cielo de nuestro pueblo desde la primavera hasta finales del verano. El lugar que más les gusta para anidar son los alrededores de la Iglesia. Estos pájaros, completamente negros, tienen unas alas muy largas porque son grandes voladores y unas patas muy cortas. Si alguno por cualquier circunstancia se posa en el suelo, ya no puede remontar el vuelo por sí mismo, pues al tener las patas tan cortas y las alas tan largas, en el intento de iniciar el vuelo, sus alas chocan contra el suelo y el aleteo se hace imposible.

Los chicos del pueblo, tomándonos al pie de la letra el refrán que dice “ave que vuela, a la cazuela”, teníamos una forma muy ingeniosa de cazar estas aves. Las herramientas que utilizábamos para tal cometido eran de lo más rudimentarias: una piedra no muy grande, que nos cupiese en la mano y un papel semitransparente, de aquellos que envolvían las tabletas de chocolate. A éste le hacíamos un agujero en el centro, del tamaño de una mandarina. La estrategia consistía en lanzar piedra y papel lo más alto que pudiésemos y que el papel fuese avistado por uno de los muchos gaviones  que volaban sin cesar en busca de mosquitos para su alimentación. Para ello se aprovechaban los días de viento porque éste ayudaba al papel a volar. La piedra no era el arma letal para el gavión, sino que simplemente ayudaba al papel a alcanzar una altura considerable. El ingenio consistía en que el gavión al ver volar un objeto intentaba cogerlo y en este intento metía su cuerpo por el agujero del papel, sus alas quedaban atrapadas e inmóviles y caía desplomado al suelo. Una vez allí era fácil cogerlo pues, como contaba antes, estos pájaros no pueden remontar el vuelo.

En honor a la verdad he de decir que, como estrategia ingeniosa, merece un diez, pero yo jamás vi un gavión en la explanada del Blé ancho (trasera de la Iglesia), cazado de este modo. Al contrario, sí que recuerdo varias cabezas con chichones y agujeros provocados por la piedra que en su camino de regreso se cebaba con alguna cabeza despistada. Ya nos decían los mayores: Cuidado con las piedras que no tienen ojos, refrán del que no entendíamos la parte literal pero sí las consecuencias.

También recuerdo, a propósito de esto, cómo en el bar de Arturo se organizaban partidas de cartas y los chicos a veces nos poníamos de encimeros, cosa que a  algún jugador no le agradaba demasiado y nos solía mandar a echar papeles a los gaviones.

 

 

TAMBIÉN JUGÁBAMOS A…

 

LOS COLPONES

 

En mi pueblo llamábamos colpones a las canicas. Existían tres tipos de colpones: de pote, de piedra y de cristal.

Los colpones de pote eran de barro arcilloso, irregulares en su forma, poco peso y frágiles. Eran los que menos valor tenían.

En los colpones de piedra, como su nombre indica, el material se parecía a las piedras. Estaban mejor modelados y tenían un valor muy superior a los anteriores. Para determinar su valor había expertos tasadores que, con unos golpecicos del colpón en los dientes, en función del  sonido que producían y del  tamaño, dictaba sentencia sobre el valor del colpón de piedra. Lo general era que cada colpón de piedra valiese por cinco ó siete de pote.

También estaban los colpones de cristal, que como su nombre indica eran unas bolicas de cristal. Éstas eran menos frecuentes que las anteriores y su valor dependía casi siempre del dueño del colpón.

Los colpones los llevaba uno siempre consigo guardados en una bolsa de tela, que nos hacía nuestra madre, en el mejor de los casos, o metidos en los bolsillos y así se encargaban de romperlos.

Al llevar siempre encima los colpones, cualquier lugar era el adecuado para comenzar a jugar. Recuerdo que había dos modalidades: una al gua, que consistía en hacer un agujero en la tierra. Desde una distancia determinada se lanzaba un colpón para acercarlo lo más posible al gua y después había que introducir el colpón del compañero golpeándolo con el tuyo. La forma de lanzar tu colpón contra el del compañero consistía en hacer una pinza con el dedo índice y  pulgar y con éste, impulsar el colpón contra el del compañero. Al primer choque se le llamaba chivica; al segundo, buenpié; al tercero, tute; al cuarto, retute y al quinto y último, gua. Si con estos cinco toques conseguías introducir el colpón del compañero en el gua, te quedabas con él.

La otra variante era el llamado choque. Consistía en lanzar el colpón a una determinada distancia y el compañero con un tiro preciso tenía que chocar contra la bola rival. Por cada choque el perdedor debía entregar un colpón de pote al rival. Los lugares preferidos para estos juegos solían ser el Blé ancho, la Plaza, la Placeta y la Fuente. 

 

 Lorenzo Gambra

 

 

DIVERTIMENTOS VARIOS

 

Las pulgas de la Dula

La Dula, por donde ahora está el Silo, era el lugar al que se llevaban las cabras por la mañana  y se volvía a recogerlas al atardecer. Era como si las dejases en la guardería regentada por el cabrero de turno que te las guardaba todo el día y les daba de comer.

Pues bien,  como el recogerlas muchas veces era función de los jóvenes de la casa, mientras llegaban se aprovechaba la ocasión para saltar desde un paredón que había hasta el femoral de las cabras. Nos poníamos de pulgas como un Cristo y éstas encantadas de encontrar sangre fresca y joven

 

El borrego de la Chata

La Chata del Pozarrón tenía un borrego, un cabrón. Lo seguíamos y lo provocábamos al grito de Tasta borrego y el borrego nos miraba con cara de borrego, movía la cabeza y nos perseguía  dándonos cada empujón que nos amolaba, a la vez que nos daba ocasión para dar cada brinco alrededor de la acequia que seguro que alguna inquilina que habíamos cogido en el femoral se asustaba de tanto movimiento y volvía a su propietario originario

 

Las manzanas del  fabricante

En la carretera de Estella, en la primera cuesta, el dueño de la fábrica de harinas tenía un campo de manzanas. Nos resultaba lejos, un tanto aventurero pero era un lugar tradicional para ir a mangar manzanas, generalmente verdes. En una ocasión creímos ver a un hombre, apretamos a correr campo a través y cuando llegamos a la calle de Cristo sanas y salvas, pero con un sofoco morrocotudo y el miedo en el cuerpo, no se nos ocurre otra cosa que tirar las manzanas que nos quedaban en los bolsillos en la bodega de una casa. ¡Menudo viaje nos cascamos! Y encima con miedo de que nos hubiera reconocido

 

Los almendrucos de la bodega

Rodeando la bodega había un “almendrucar”. Nunca supe si eran de alguien o del pueblo en general. La cuestión es que también era un sitio, éste más cercano y conocido, donde solíamos ir ya fuese a por “cola” para hacer pegamento o directamente a por almendrucos. Los comíamos cuando estaban “en leche”, blancos y tiernos, después de machucarlos con alguna piedra, quitarles la casca y pelarlos. De vez en cuando nos veía Bernardo, el de la bodega, y echábamos a correr antes de que nos reconociese   y nos hiciésemos merecedores de algún reniego paterno

También en la bodega por donde descargaban el vino solíamos ir a por “ácido”. Debía ser algún elemento necesario para las cubas o para el vino. Eran como “chinas” pequeñas de color blanco traslúcido. Nosotros lo cogíamos rebuscando por el suelo y lo chupábamos. La verdad es que bueno no era y encima nos ponía unas lenguas perdidas, llenas de surcos y en carne viva. Debía ser que, así como los pepinillos en vinagre te hacían chascar la lengua, nos gustaba más el “ácido” que  te producía como un escalosfrio general.

 


 

Los albérchicos de Patón

Los albérchicos del Patón eran tan apetecidos  como las manzanas del de la fábrica. No es que estuviésemos a deseo de estas frutas sino que el deseo era el riesgo, el hacer lo prohibido, el tener algo que contar.

El campo de albérchicos estaba en la carretera del fútbol. Patón nos esperaba escondidico en un barranco pero nosotras, más cucas, como íbamos 4 ó 5 unas enfilaban para el árbol y a las otras nos seguía con un palo. El salir ilesas de la aventura aceleraba los corazones  y la sofoquina resultaba placentera

 

 


Año 1968, tengo 10 y vivo en Allo. Crecer es todo un reto, hay que hacerse mayor cueste lo que cueste. He patinado sobre la “Balsa” helada; he conseguido subir la cuesta del campo de futbol con mi Orbea (sin cambios, por supuesto); tengo controlada la piedra culeca; sobre los nidos en árboles y paredes soy capaz de dar una conferencia; los almendros de la bodega los conozco a la perfección; ya hace un par de años que el pasar del paseo de la Fuente al lavadero por arriba es cosa de niños y comienzo a dominar el patinaje en el lavadero aunque de vez en cuando voy a casa mojado de pies a cabeza. Sigo intentando pasar en equilibrio sobre la verja que separa la fuente del pilón y creo que voy mejorando; he comenzado a fumar algún ideales o celtas; he tenido algún problemilla con las pajeras que preparan las trilladoras…, pero ahora se me plantea un nuevo reto: “PASAR LA MADERA DEL PORCHE DEL AYUNTAMIENTO” .

Es invierno,vacaciones de Navidad, y cae agua-nieve en Allo. En el porche del Ayuntamiento se ha reunido una decena hombres porque no se puede ir al campo (está todo muy blando). Hablan de sus cosas, de realizar las faenas en el campo: “Te ayudo en Nadaja y luego hacemos lo de Valdemuriel”. Fuman y se ponen de acuerdo. No se puede hacer otra cosa.

Por el porche deambulamos varios chavales. Es un buen sitio para jugar al pañuelo y al marro, pero lo realmente llamativo, el verdadero reto está en el techo del porche : una madera de unos cinco metros de longitud y treinta centímetros de diámetro retorcido y nudoso. Hoy me la paso.

Hay que esperar un poco, que alguien lo intente antes que yo, que le quite el polvo. Mi vecino (dos años mayor que yo) sube al poyo, salta y se cuelga de la madera. Comienza a avanzar… una brazada, dos, tres… diez. Está en la mitad y cae. Se ha dado el pistoletazo de salida. Sube otro chaval y otro y otro. Se la han pasado tres. Creo que es el momento.

Subo al poyo, entre dos me aupan y me cuelgo. Está pulida, en algunos puntos hasta brilla. ¡ Cuántas manos habrán pasado por ahí!, ¡cuántas horas de diversión y entretenimiento sano!, ¡cuántas horas de colaboración, entendimiento y camaraderia!. Avanzo…, el primer tramo está limpio. Paso el primer nudo, de la mitad en adelante sigue habiendo polvo. Me faltan metro y pico… se me va la mano y caigo. Escucho consejos chanzas y mofas. Alguien grita :“vamos a jugar al marro” . No pasa nada, mañana volveré a intentarlo y, si lo consigo, habré crecido y entraré en el grupo de los que sí que se pasan la madera.
 



Francisco Garraza García
Agosto 2014

 

LOS PORCHES DEL AYUNTAMIENTO

He aquí los antiguos porches del Ayuntamiento. En esta foto de los archivos de Montse Aedo los vemos en todo su vetusto esplendor. En este día de soleado invierno sirven para cobijar los juguetes donde los Reyes se proveían de mercancía. Desde juegos de mesa de todo tipo hasta medios de transporte controlado, pasando por las muñecas, escopetas y cocinillas de rigor. La variedad es abundante porque estamos en el año 1981. Nada que ver con las tiendas donde los Reyes adquirían los juguetes de nuestra infancia. Por no faltar no falta ni la correspondiente pintada (ya estamos en democracia). Habla y relaciona Ayuntamiento y testamento. Ahora bien, para pintada magnífica aquella que al principio de la carretera de Arroniz decía: “Husein, hijo puta”. Épico.

Los porches del Ayuntamiento han servido para muchas cosas, Francisco nos dice unas cuantas. Las chicas jugábamos al truquemé, a los cromos, a las tabas, a las agujas…También al marro, al pañuelo y al Monti Moncayo ( COMEDIAS II y III). Y también había algunas que se pasaban el madero. De adolescentes era el gallinero de las películas que echaban en la plaza. Y en el baile ahí, a l’oscuro, se metían las incipientes parejas.

Para los hombres, como dice Francisco, era lugar de reunión en los días inhábiles para trabajar en el campo. Días invernales de lluvia, hielos y chinchurros. Otros lugares de reunión supongo que serían los talleres, sitios a los que no les afectaba la climatología. Lo digo porque, en concreto, la fragua de mi padre se llenaba de hombres en días semejantes. Iban a “echar” la mañana y hablar. Mi padre en tales días, a la hora de comer, refiriéndose a alguno de esos hombres solía decir “¡Qué cannnso es !. Me ha puesto la cabeza como un bombo”. Otra cosa que solía decir es que los labradores siempre se estaban quejando. Y ¿quién no se queja?. Siempre hay, ha habido y habrá razones para quejarse y… también para no quejarse. Depende del lado del que se miren las cosas.

Y ahora hablemos de las maderas del porche. En esta foto se pueden observar, porque después de la remodelación del Ayuntamiento en 1987 desaparecieron. No sé si porque estaban en mal estado o porque sonaban a algo antiguo o por las dos cosas a la vez. Una pena, porque ahora la gente pule y luce sus viejas maderas o pone nuevas vigas a las casas imitando a las antiguas. Pues bien, traspasar colgado esa primera viga transversal (el madero) que destaca a la izquierda de la puerta de Ayuntamiento era el objetivo a alcanzar, un reto iniciático. Primero había que auparte, asumpinarte desde un poyo de piedra que había al lado de la puerta. La podías coger de frente con una mano a cada lado de la madera o de costado con ambas manos del mismo lado. Ahora parece asequible pero cuando tienes 10-12 años se hacía interminable. Si brazada a brazada conseguías pasarla, te apoyabas en el saliente correspondiente que a modo de capitel coronan los pilares en los que apoyan los arcos. Entonces ya formabas parte de una “casta” superior: la de los que se pasaban el madero o la madera . Había auténticos especialistas: Casimiro, Goito “Trorolo”, Zoco, Javier “el Rojas”, Kalicán…y muchos más. Realizar esta hazaña venía precedida de haber logrado con anterioridad todos esos retos que Francisco nos cuenta en el escrito, retos que tenían como escenario la Fuente y sus alrededores (que daban mucho juego), la balsa, los árboles de la Alameda y de la harinera para matar pájaros y coger nidos, el campo y todo aquello que podía empezar con “A ver si…” “A ver quién…”

Estos juegos y retos personales no necesitaban juguetes, ni monitores, ni gimnasios. Eran actividades extraescolares naturales, heredadas de generación en generación. No estaban programadas, formaban parte del vivir en el pueblo. La vida generalmente era la escuela, la calle y los recados que tuviésemos que hacer. Los padres no tenían que llevarnos a ningún sitio ni angustiarse en exceso por lo que hacíamos. Ya sabían lo que podíamos hacer, lo mismo que también habían hecho ellos, lo mismo que hacían todos. Unos eran más atrevidos y lanzados, más trastos…pero ¡ojo! porque los padres podían enterarse de los chandríos. “He visto a tu chico….” “ Me ha dicho la…que te ha visto…¡que no me entere yo!, que de doy una tunda ….”.Hasta la próxima.


Agradecemos a Francisco el habernos enviado el escrito. Esta PÁGINA tiene como objetivo sumar memorias. Cualquiera de ellas contadas o escritas de cualquier manera sirve para enriquecernos, para hacernos sonreír y, en el fondo, para reconocernos como parte de un acervo cultural común, el de nuestro pueblo: ALLO en Navarra

 

FUENTE INSÓLITA


Insólita porque no creo que actualmente viva gente en Allo que haya conocido esta imagen y no me refiero a la escena de la Fuente en sí, sino a su entorno. Todavía no estaban construidas algunas casas que siempre hemos conocido y que ahora sabemos que se asientan sobre antiguos huertos. Otra vez el agua, Allo tierra de agua y por tanto de pozos. Lo que sí parece que existe es una serrería que se convertiría en la futura fragua de los Arza.


La foto tendrá alrededor de 100 años, en función de si ese edificio al fondo de la Alameda era ya la fábrica de harinas o una construcción anterior. De todas maneras es tan antigua que esa vestimenta que durante siglos han llevado las mujeres llena de fajos, refajos y delantales no la hemos conocido. Recordamos a las abuelas generalmente de negro y con moño pero no tan retapadas. 


Fijémonos que es verano, porque por la carretera pasa un carro con sábanas de paja, que vendría de la era. Aunque también podrían ser garbanzos o cualquier otra cosa que se arrancaba con las matas y se extendían para que se secasen al sol. De hecho, parece que esa especie de sábanas extendidas en la Alameda pueden ser las utilizadas para estos menesteres. Por tanto, debía ser la época. Tiene pinta de ser a mediodía, cuando en la Fuente había overbooking para coger agua fresca y cuando a los animales había que resarcirles su esfuerzo bebiendo agua del pilón. 


Vemos que en la Fuente se agolpan mujeres, chicos y chicas. Dos mujeres, que esperan a que les dejen un caño libre, llevan dos botijas: una en la mano y otra debajo del brazo. No hay cerveza veraniega que se pueda comparar a cómo les sabría esa agua tan fresca en esos momentos de calor y encima con esos vestidos hasta los pies. Como vemos, cada género con sus ocupaciones, aunque el género femenino haya abarcado siempre algo más, como nos demuestra esa mujer del pilón.


En esta foto vemos perfectamente uno de los lugares donde se practicaba y trabajaba el equilibrio: la barandilla que separaba la Fuente y el pilón de los machos. Menos mal que tenía esos pilares exagonales, rematados en borla, que funcionarían como objetivo progresivo para pasarla con éxito. 


Otro reto habitual era coronar el piricucho rasgando con las manos y pies la escuadrada piedra. Una manera de practicar la escalada sin equipo de protección y de coronar pronto la cima ( el que podía). En esta PÁGINA hay una foto que lo testifica (COMEDIAS II: Nuestra generación)


Respecto a patinar en el lavadero una manera de hacerlo era cuando lo vaciaban para limpiarlo. Solía ser una vez a la semana y la encargada era la Concha del “Pepo”. El lavadero sin agua presentaba un color verde viscoso y resbaladizo como con una babilla formada por restos de jabón y algas en el que era muy difícil mantenerte en pie y, por tanto, era lo más apropiado para intentar patinar y pegarte abundantes culadas. Cuando se secaba, la Concha le pasaba una escoba tipo cepillo y lo remataba con una manguera dirigida con frecuencia a los/las patinadores con lo cual acababa uno chirriado pero contento. La explicación del moje o de las culeras verdes venía a continuación.


En esta foto la iglesia se ve imponente con su maciza cúpula y su escueto campanillo. Resulta un gozo aprovechar cualquier ocasión para sacar a la luz pública fotos como ésta que de otra manera quedarían limitadas al disfrute particular, con lo cual permaneceríamos ignorantes de nuestros ancestros.

 

 

 

Esther Zubiría
  Agosto 2014