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EL CINE

Pues sí, en Allo había un cine. Estaba situado en la esquina de la  Beleña de la calle del Raso y la calle Raso de Horcamillos (ahora me he enterado que Beleña quiere decir calleja, es decir, calle sin salida). Hoy hay unos pisos, de los primeros que se hicieron en Allo, allá por el año 1967.

La sesión de cine empezaba cuando después de misa íbamos a mirar la cartelera, colocada enfrente de la tienda de la Quintina. Primero para comprobar si la película era TOLERADA, después para mirar las fotos con las escenas, que ya nos daban un anticipo de qué iba y de si pintaba bien o no. Desilusión si era NO TOLERADA o para MAYORES con 3R, que quería decir para mayores con REPAROS, oséase  para mayores muy mayores. Pues mira por dónde entonces aún teníamos más interés en escudriñar la cartelera, a ver si podíamos averiguar qué eran eso de los reparos que impedían que la viésemos.

La paga del domingo (que solía ser una peseta) nos llegaba para la entrada y para comprar las “chuches”  en casa de  Camarones : galletas de vainilla de esas de capas, pedos de monja que eran una especie de bollicos pequeños y cascagüetes. Las galletas duraban y duraban  porque con el barquillo arrastrábamos la vainilla y rechupeteábamos todo bien  y como eran de capas…pues teníamos para media película. Además nos las ponían en un zorrón de papel que cerrándole la abertura hacíamos estallar, si podía ser, en algún momento álgido de la película. Dicen que también nos vendía “chuches” Esteban el de “Revuelto” siguiendo la tradición mercantil de su padre Tomás.

 Aquello era un auténtico cine. Cine quiere decir movimiento y allí se movía todo y con ruido. Movíamos los pies pateando o las manos aplaudiendo o ambas cosas a la vez sobre todo cuando los del Quinto de Caballería a toda leche con los caballos corrían para dejar en mal lugar a los indios, que siempre eran los perdedores. ¡Hay que ver!, siempre nos identificábamos con los buenos, que eran los americanos, fuesen vaqueros o de aquel ejército de uniformes azules y a los pobres indios a matalos, no nos daban pena. Cuando a mis alumnos intento explicar la expansión americana  en el siglo XIX les pongo como ejemplo las películas del oeste pero resulta que ni las han visto ni han jugado a indios y vaqueros. Hoy nos colonizan mentalmente con otras películas y juegos. No sé qué es mejor y si las actuales  servirán para explicar la historia.

Volviendo al cine, otras manifestaciones ruidosas  eran algún que otro grito de apoyo si se trataba del bueno o de rechazo si el malo era muy malo. Aquello se vivía. Pero también llorábamos si era una película de pena. Una de las que primero empezaba a llorar y que más le duraba el sofoco era la Socorrito. Ya está llorando la SocorritoPues nada, ya estaba abierta la veda de las lágrimas. Y por supuesto, siempre se aplaudía cuando acababa la película  y también se pateaba, sobre todo los chicos, entre las cascas de los cascagüetes y los restos de los zorrones.

Otro movimiento con su ruido correspondiente  era el de las ratas que corrían detrás del telón y entre las guatinas de las paredes. Las oíamos en el descanso y antes de empezar. El telón estaba flanqueado por unos cortinajes de un azul indescriptible igual que las guatinas, convertidas en nido de ratonicos,  por donde  se paseaban libre y impunemente. También para ellos debía ser día de fiesta y no querrían perderse el jolgorio.

Para rematar el ambiente había otra trasgresión singular: no se podía fumar pero el primero que fumaba era Perón, el acomodador. El ejemplo de la autoridad se seguía al pie de la letra: fumando y escondiendo el cigarro debajo del banco o el sillón

Las luces se apagaban y se oía el ruido de la máquina. Desde el fondo por una ventanica salían los rayos de luz. Abríamos los zorrones y comenzaba la música del NO-DO. Franco inaguraba pantanos o visitaba ciudades. Aquello era la ventana al mundo. Siempre en blanco y negro. Luego salía el león rugiendo y decíamos Esta ya la he visto y hasta que no pasaban las letras no nos poníamos en situación de ver la cinta

Además de las películas del oeste, echaban de Cantinflas con el que nos reíamos mucho, de Antonio Molina Soy minerooo, de Drácula que pasábamos mucho miedo, de Marisol y de la Sarita Montiel  que ponía fino al personal con sus morritos y atributos. Había uno que decía: Hay que ver cómo está la Sara Montiel. Por lo menos tiene 14 Kilos de potorro. Pero hubo algunas  películas que hicieron época: Lo que el viento se llevó porque era mucho bonita y además la echaron en Allo mucho pronto,  Siete novias para siete hermanos y sobre todo Los hermanos Karamanzov. Don Ricardo desde el púlpito dijo que si veíamos esta película nos íbamos a condenar. Pues más ganas de verla, igual todavía está alguno en el purgatorio por culpa de los Karamanzov

 Ya salió Don Ricardo, pues sí, porque se decía que las censuraba, que se las echaba pa él. Lo cierto es que alguien las tenía que catalogar, alguien que entendiese de pecados  y ese era su oficio y además la vox populi lo decía y también decía que estaban mucho cortadas porque por supuesto que no aparecía ninguna escena de las del sexto mandamiento. Sería muy revelador saber ahora qué es lo que se cortaba de las películas, qué cosas no nos dejaban ver. Igual nos explicábamos algo de nosotros mismos.

Lo que no sé si sabría Don Ricardo es que los chicos se subían a las ventanas cuando no era tolerada a ver si por las rendijas podían adivinar de qué  pecado se habían librado. Pero no, no se veía nada …aunque…pasaban el rato.

Puestos a subir, otro entretenimiento similar era hacerlo por unas escalericas que había al lado de la taquilla para ver cómo la echaban pero nada…a quienes  echaban echando hostias  era a nosotros.

También el cine tenía sus recovecos: una puertica delante por la que algunos intentaban colarse a la hora del descanso, un corral trasero al que arrojaban las tiras troceadas de las películas a partir de las cuales se despertaban imaginaciones y aventuras….

El día de cine acababa cuando después de la sesión subíamos otra vez a la cartelera a ver si habían salido todos los cuadros, con lo cual volvíamos a revivir la película, pero ahora ya con más conocimiento de causa. Y, cosa curiosa, no siempre habían salido todos los cuadros.

Fernando Castanera, el Topo, era el que pasaba las películas. Su mujer, Pilar Montoya, madre de Fernando, la Enedina y la Olga, estaba en la taquilla. Manolo Perón, el de la Carrascala, hacía de acomodador y cuando oía un ruido pa allá arrancaba con la linterna. Mucho trabajo tenía si se lo tomaba en serio. Olegario estaba de portero y el hijo de la Sebastiana también formaba parte del equipo cinematográfico. Había dos pases: tarde y noche.

El cine era un edificio destartalado, delante había bancos corridos, como de iglesia. Detrás una especie de sillones con asiento abatible. Todo de madera. No teníamos las posaderas hechas  a remilgos mullidos. La palabra comodidad no era frecuente en nuestro vocabulario. También servía de teatro, se hacían comedias y ya al final de su vida en unas comedias que actuaba la Lourdes Montoya y su sobrina Maravillas, y que se titulaban “Mi chica”,  las goteras dieron rienda suelta a su gusto natural,  que es mojar al personal. No era la primera vez que lo hacían. Hay quien se acuerda de haber ido al cine con paraguas. Tanto es así que, en aquellos tiempos, una mujer de Allo, entrada en años, se casó con otro de su quinta de un pueblo vecino y fueron de viaje de novios a Madrid. Un día visitando la capital, que si llueve…, que si no llueve… cogieron paraguas por si acaso y se metieron al cine. Una vez acabada la cinta y ya en la calle se dieron cuenta que se habían dejado el paraguas. Reacción de ella: Chooorrrro, si lo habrías tenido abierto no te lo habrías dejao.

El dueño era el hijo  de la Quintina, el Chango, que había estado en Méjico y, como el hijo pródigo, volvió al pueblo. Lo recuerdo alto y con aire de hombre de mundo. Dicen que decía su madre que había tenido éxito con todo  en la vida menos con el dinero. El de la taquilla se le escapaba rápidamente por algún agujerico del bolsillo.

En 1966  año arriba, año abajo puso FIN. La televisión era la reina de las cocinas y pronto pasaría a los cuartos de estar (¡cuánto debe el pueblo a los espárragos!) y el salón de cine colocó el THE END definitivo, como lo pongo yo en este homenaje al cine de nuestra infancia.

THE END