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EL CUARTEL

Cuando proyectamos este apartado de EDIFICIOS SINGULARES no pensábamos en el cuartel. Lo habían tirado y su recuerdo se había difuminado en el tiempo. Era de Allo pero…


Ocurrió que nos escribió “un chico del cuartel”, Jesús Medina, que vivió 10 años, de los 5 a los15, y con hermanos nacidos en Allo. Todos ellos contemporáneos de esta generación de COMEDIAS Y VARIETÉS. Hoy sesentañero, agradecía el reverdecer de los recuerdos de su infancia en nuestro pueblo y aportaba datos complementarios de aspectos que ellos, amigos nuestros, vivían de manera exclusiva por residir en el Cuartel. Tales como ir a “racimar” cuando alguno del pueblo se pasaba por el cuartel y decía al Guardia de Puerta: “Que vayan los chiguitos a racimar a tal campo”. También a espigar o respigar recogiendo los granos de trigo o cebada que habían quedado en el campo y que servían para engorde de los cuatro animales que tenían. Y siempre en cuadrilla. El vivir en el cuartel imprimía un sentido colectivo en la forma de hacer las cosas. .


Ha tenido la consideración de escribir sobre “La cultura del agua desde el cuartel” y en justa correspondencia nosotros escribimos sobre ese edificio y esa gente que venía, permanecía unos años y se marchaba.


Nuestro cuartel estaba a las afueras del pueblo, en la carretera de Lerín. En la puerta, sobre un fondo con los colores de la bandera de España, había un cartel que decía: CASA CUARTEL DE LA GUARDIA CIVIL. TODO POR LA PATRIA. Empezó a construirse poco antes de la guerra, el año 1935 en plena República. Y los guardias se instalaron en él a principios de 1936. Aciaga fecha para ser estrenado. Según las actas municipales, el 15-I de 1935 se acuerda comprar la finca a Abete. Apuntan que se acordará el precio pero ese año destinan ya 75.000 pesetas del presupuesto municipal para hacer el cuartel. Y se hizo.


Era un edificio aislado, contundente, de formas geométricas claras y sus troneras o garitas colgadas en sus cuatro esquinas le daban un aire de castillo. Supongo que al ser un edificio gubernamental su estética se repetiría por otros sitios, algo así como ocurrió con los silos, aunque la variedad arquitectónica de cuarteles es considerable. Yo particularmente no he visto ningún cuartel como el de Allo. 


Separado de la línea de la carretera, tenía un pequeño desnivel a la entrada (que nos servía para patinar) y estaba presidido por unos magníficos nogales que proporcionaban buena sombra en verano y sabrosos frutos en otoño. En la parte de atrás los guardias tenían el lavadero, sus corrales y sus huertos que completaban su escaso sueldo.


Por el cuartel pasaron muchos guardias y guardiesas con sus familias. Sus hijos, esos chicos y chicas, eran nuestros amigos y hacían lo mismo que nosotros y luego cuando trasladaban a sus padres dejaban sus recuerdos en una mochila y empezaban otra y, como no había ni móviles ni redes sociales, la relación se perdía en la nebulosa de los recuerdos. El tiempo por el que eran destinados variaba en función de distintas circunstancias pero algunos permanecían bastantes años. No debía ser mal destino nuestro pueblo.


Para mí, el cuartel es lo que siempre había visto desde las ventanas de mi casa y he subido a la escuela muchas veces con chicas del cuartel. Por otra parte, David Sastre, hijo del Cabo y hermano de la Mendía, trabajaba en la fragua de mi padre. El padre de Jesús Medina, nuestro “chico del cuartel”, fue contemporáneo del Cabo Sergio Sastre. Se llamaba Benigno y le apodaban “el Chato”. De aquellos años hay bastante gente que recuerda a unas hijas de guardia que les llamábamos “las caperucitas” porque su madre, que debía ser bastante habilidosa, les confeccionaba unas capas con la capa en desuso de su padre. Y seguro que muchas también nos acordamos cuando llegó la Rafaela, hoy casada y vecina de Allo, que nos deslumbró por los dibujos y magníficas letras que utilizaba en los títulos de los trabajos escolares.


Las relaciones de la gente del cuartel con los vecinos de Allo eran fluidas. Los matrimonios que se han dado así lo demuestran. Siempre había alguna excepción como ese guardia apodado “el cabrón con pelo” que cita Loren en el escrito sobre la vendimia que se excedía en su celo denunciatorio. Y siempre había guardias con los que se tenía mejor trato personal que con otros. Y siempre había guardias que parecían más amigos de los poderosos. Y siempre había guardias que les gustaba echar la partida en el bar y así lo hacían. Y como en la vida misma, al final lo importante era la calidad humana de la persona. Pero en general no hubo problemas Y somos muchos los que hemos ido a los pisos de esos chicos y chicas, que ellos llamaban pabellones, e incluso hay alguno que se acuerda de ver colgados en las garitas de las esquinas, a modo de secadero, lo que los demás poníamos en el granero: longanizas y perniles. También servían de despensa o fresquera, aireadas por la ranura vertical que las recorría.


Eso sí, los guardias siempre iban vestidos de guardias, con uniforme de trabajo, con uniforme de faena o con uniforme de gala y siempre con la cabeza cubierta ya fuese con aquel tricornio acharolado al que se le añadía en verano una visera y una sahariana para cubrir el cuello o ya fuese con una gorra de barco de la que colgaba una borlica con flecos si en sus horas libres trabajaban en el huerto. Si era invierno se cubrían con aquellos capotes tan característicos y si llovía con otra capa impermeable encima. Si era verano con la misma ropa pero sin capa.


Y ¿qué hacían los guardias? Pues asumir sus competencias: tráfico, orden público, robos, riñas, asesinatos, caza, pesca, intervención de armas generalmente de los cazadores, revista de armas etc.


En aquellos tiempos, en los que eso de redes organizadas de traficantes de todo tipo no se llevaba ( o no se hablaba), los delitos no eran muy graves: pequeños hurtos, caza, pesca, algo contra las personas por insultos, riñas y amenazas y pare usted de contar. De vez en cuando se decía: “lo han bajao al cuartel…” lo cual quería decir que algo había pasado y a veces alguno dormía allí.


Los pueblos que dependían del cuartel, es decir, la demarcación, abarcaba las localidades de: Dicastillo, Arellano, Morentin, Muniain y Aberin, además de Allo. Llegaban casi hasta Estella.


Arróniz, Sesma y Lerín tenían su propio cuartel. Sobre todo a los dos últimos siempre los hemos considerado como más importantes que Allo.


Cuando estaban de servicio fuera del cuartel siempre en parejas y a patita (por eso se suele decir de las chicas que van a los servicios como la Guardia Civil, en parejas). Como complemento llevaban “la cartera de camino” (parecido a un zurrón) donde portaban: boletín de denuncias, papeleta de servicio, código de justicia, pluma , tintero, papel secante, lapicero y demás útiles de escribir y, por supuesto, el bocadillo.


Durante muchos años este era el único medio de locomoción: caminar. “Patear la demarcación” le decían, porque era el mejor medio de enterarse de todo. Se aprovechaba, eso sí, el transporte público (la “Estellesa” o “Napal”) para ir de pueblo a pueblo, siempre que los horarios fueran compatibles con lo marcado en “la papeleta de servicio”. Este documento indicaba el horario e itinerario que debían seguir, que era de obligado cumplimiento, y los puntos de presentación. Uno de los puntos de presentación habituales era la central eléctrica donde algún Castanera constataba con su firma la presencia de la pareja. 


El siguiente paso fueron las bicicletas. En Allo había dos, de la marca BH y adaptadas para llevar el fusil en la barra y “ la cartera de camino” en la parrilla posterior. Eran muy pesadas y no debieron tener mucha aceptación. Luego vinieron los “cuatro latas” y a partir de ahí, como todos, fueron modernizando sus medios de transporte.


Si el servicio era en el campo, se llamaban correrías. Consistían en hacer rutas campestres a la vez que vigilaban asuntos propios de la caza y la pesca. 


Su presencia en los pueblos era patente a cualquier hora del día o de la noche. Era normal en las noches de las fiestas junto a la música o los bares ver a los guardias para evitar con su presencia peleas entre mozos. A algunos mozos los bajaban al cuartel tras cometer alguna gamberrada empujados por el exceso de alcohol o por peleas entre mozos de uno u otro pueblo. Y siempre había el Guardia de Puertas que pasaba las veinticuatro horas del día en una sala entrando a la derecha. Tenía que vigilar las puertas, atender a los ciudadanos que llegaran para cualquier gestión, atender el teléfono y alertar de cualquier novedad,(por ejemplo dar aviso del agua de Pochoncho). 


Durante muchos años, la víspera del Pilar permitían cazar en Baigorri, coto privado que ellos lógicamente vigilaban. Con los cazadores ( Julián “el Pelaire”, Sagol, el Pelicano, el Artillero…) iban al coto aquellos guardias aficionados a la caza . Los conejos eran sus presas que luego se repartían y servían para que los guardias festejasen con un rancho el día de la patrona.


Pero al cuartel, como a otros edificios, le llegó su finiquito. Llegó un momento que, en pos de la racionalización de recursos y los avances técnicos, los guardias se fueron y el cuartel se cerró. No todo el mundo estaba de acuerdo. Muchos consideraron que se perdía seguridad y que a fin de cuentas se cerraba algo nuestro. Fue un fenómeno generalizado en España en los años 80 y 90.


Si en origen era un edificio aislado, el último del pueblo por su lado sur, a partir de los 70 se fueron construyendo casas que lo tuvieron por vecino como la de Sebastián Ochoa y de Jaime Echeverría y las sucesivas construcciones han acabado transformando el espacio aledaño en una de las principales zonas de expansión urbanística del pueblo.


Los guardias marcharon el año 1994. El cuartel estuvo un tiempo vallado y se derribó definitivamente el año 1998. Su lugar lo ocupan unas casas adosadas que siguen llamándose y posiblemente se llamen siempre “las casas del cuartel”.

 
 

EL CUARTEL Y LA VACA


En esta foto de finales de los cincuenta ( más o menos) lo vemos tal cual era, con sus cuatro garitas almenadas recorridas por esa especie de llave invertida, llamada aspillera, cuya función teóricamente era poder disparar con seguridad. No se tiene conocimiento de que se usasen para tal fin y sí para otros más prosaicos como despensa o fresquera. No obstante son el elemento que le confiere ese aire de fortaleza, de castillo. En el momento de la foto sí que servía de refugio pero de un enemigo singular: la vaca.


El aspecto exterior parece un tanto deteriorado, aspecto que no se corresponde con su interior que ya se encargaban las propias familias de tenerlo más adecentado porque allí habían de vivir un determinado tiempo.


En la planta baja, nada más entrar, había un amplio hall y otra puerta al fondo, desde la que se accedía al lavadero, gallinero y huertos. Era la puerta “B”, la que se utilizaba como salida de los familiares o en horas “intempestivas”.


A la derecha, el cuarto del Guardia de Puertas. Al fondo la escalera, con barandilla metálica, de acceso a la primera y segunda planta. Junto a ella un gran salón que se abría en contadas ocasiones. No sabemos quién sería el arquitecto pero no escatimó diseño, pensó en todo.


En esta misma planta baja, a la izquierda de la puerta de entrada principal estaba la denominada “Sala de armas” donde se guardaban las armas largas, documentos de archivo y ficheros. ¿Qué dirían los ficheros?. Pues dirían lo que en aquellos momentos tenían que decir por ley. Hay que tener en cuenta que la Guardia Civil desde su origen ( 1845) siempre ha tenido una información exhaustiva de todo cuanto se movía, desde los llamados “vagos y maleantes” ( ley, por cierto, aprobada durante la República) hasta los posibles desafectos al Régimen de Franco. Por supuesto que todas las incidencias que traspasaban las puertas del cuartel dejaban su huella en forma de antecedentes. Con lo cual unos tendrían y otros estarían limpios de “antecedentes”. En resumidas cuentas, esa era su función: controlar para prevenir el incumplimiento de la ley vigente. Yo tengo la impresión que los ficheros de Allo no serían muy abultados ni a nivel político ni a nivel de fechorías. O igual sí, vaya usted a saber…


Siguiendo con la descripción interior del cuartel, a continuación de esa sala, “sancta sanctorum” del edificio, se hallaba la puerta de acceso a un piso o pabellón. En total había siete pabellones ( seis más en la primera y segunda planta) aunque en el cuartel de Allo había destinados cuatro guardias y un cabo. Cinco en total. Algunos pisos eran más grandes que otros y privilegiados debían ser los que tenían garitas a las que alguna se accedía desde la cocina. Y como el cuartel era un lugar de trabajo y de vida también había una sala en la planta baja dedicada a almacén, el equivalente a los graneros, donde se guardaban cosas dispares: bicicletas, estufas en verano, los sacos de serrín y demás útiles de uso privado o común. Se da por hecho que no se robarían cosas entre ellos… 


La distribución de la primera y segunda planta era la misma: dos pabellones a la derecha de la escalera y uno a la izquierda. Tenían dos o tres habitaciones, cocina, salón y baño ( no sé cómo se las arreglarían cuando no había agua corriente….) y se calentaban como todos: estufa de serrín, cocinilla y brasero con cisco de la Pacis. 


En la presente foto, por la parte de atrás, vemos en primer término el lavadero y detrás los corrales o gallineros seguidos por los mini huertos. Los nogales de la entrada eran parientes de otros que había en esa misma carretera, un poco más abajo, y que nos servían para ponernos perdidas las manos con las nueces verdes y comerlas tiernas después de pelarlas.


Cosa curiosa: se constata en esta foto que siempre hubo mujeres en Allo que corrieron delante de las vacas, como esa mujer que con vestido corre a refugiarse no se sabe dónde, por debajo de una ventana del cuartel, ocupada ya, y que difícilmente ella hubiera podido subirse y ni siquiera saltar la tapia de piedra porque …”.¡menudo “espetáculo” habría dao!”.


Esta foto de Joaquín es de las pocas que hay del cuartel. 
 

 

HOMBRES CON GUARDIA


Parece que es día de fiesta porque van con chaqueta y zapatos pero que no falte la boina un poco ladeada y que no falte el guardia con su tricornio acharolado y reluciente, signo que le distingue de las boinas. A esto se le llama confraternizar. Unos tienen cara de patearse el campo, de sacudirse con frecuencia el sudor y el polvo… y el guardia, aunque es bastante joven, también sabrá qué supone tal cosa bien por su origen, bien por los aspectos caminantes de su trabajo. Y como los acompañantes, posiblemente no tendría más que un par de trajes de quita y pon con la diferencia de que a él se los pagaban con la obligación de lucirlos siempre impecables.


No sabemos quiénes son pero la foto no deja lugar a dudas que posiblemente sean de Allo o de pueblos vecinos, hecha por un joven Joaquín cuando hacía de fotógrafo ambulante. Es una imagen de época, de cuando las casas dejaban ver sus materiales trabajados de forma manual y eran construidas de forma personal, de cuando a los agujeros se les echaba algún petacho, de cuando los cañizos servían para muchas cosas, de cuando los días de fiesta te mudabas y de cuando todo era un poco pobre y con limites, como esa sonrisa medio contenida que, con cierto asombro y novedad, los protagonistas dedican a la cámara.


¡Qué gran fotógrafo fue Joaquín !. Y sin medios…. Como las personas que le acompañan en esta ocasión.


Esta foto tiene pinta de ser de los años 40.

 

 

LAS AUTORIDADES


En la puerta de la Iglesia: unas pasticas y 5 copas de moscatel sobre un par de mesas. Poca cosa para tan gran espacio pero había que remarcar a los que la presidían: entre ellos destaca doña Anita, mujer del maestro don José Gamboa, educador de generaciones de “gatos”. Don José, en el centro, tiene a su izquierda a su anciano padre. Digamos que entre los tres ocupan mesa y media. El resto son las autoridades oficiales : el alcalde Ángel Aramendía, un poco más retraído y con el bastón de mando, y a continuación el párroco Don Ricardo que, por su situación ladeada, parece que ha sido el último en sumarse al grupo. En el otro extremo el representante de la Guardia Civil, posiblemente el cabo, motivo del comentario. Hay alguien más a la derecha al que no le llega la mesa y por tanto no sale en la foto. En esta escena falta la quinta autoridad típica de aquella España rural: el médico. Representaban la fe (el cura), el conocimiento (el maestro y el médico) y el poder (el alcalde y el guardia). Eran las llamadas “fuerzas vivas”, como si los demás no lo fueran.


Esta foto se hizo con ocasión de un homenaje que se ofreció a Don José Gamboa, de ahí la importancia de su situación estratégica en la mesa. Le escoltan su mujer, una sonriente doña Anita y su padre. La ocasión lo merecía. Don José Gamboa fue maestro de Allo durante muchísimos años. Los otros maestros fueron don Ezequiel y la señorita Matilde para las chicas, aparte de las monjas. En todas las épocas, pero en aquellas más, la figura del maestro en los pueblos era muy importante. Después de la guerra se había hecho una depuración bastante exhaustiva del mundo de la enseñanza, fundamental para controlar ideologías. El resultado fue que no había diferencia entre la educación de las monjas y de los maestros. En todas las clases había un crucifijo y una foto de Franco. Había unas ideas que transmitir y así se hacía. Hoy si repasas los cuadernos escolares vemos que se enseñaba adoctrinando. Pero resulta que en estos tiempos nuestros en muchos sitios también se enseña adoctrinando. Hay unas directrices políticas y se cumplen. Los objetivos son distintos pero el método el mismo porque TODOS los poderes de todas las épocas son conscientes de la transcendencia que tiene la educación de los niños y jóvenes para crear la conciencia nacional y programar el futuro. No hay más que ver cómo las llamadas Comunidades Históricas la primera competencia que exigieron fue la Educación. El resultado ya lo vemos, en relativamente poco tiempo y con un sistema democrático. Esperemos que las generaciones actuales sean capaces de criticar la educación recibida como lo hacemos nosotros con la educación de la España franquista. Ahora bien, por lo menos hay una diferencia esencial: hoy lo puedes criticar, aunque no tan alto, claro y masivo como sería de desear (a mi entender y por mi experiencia)


En nuestros pueblos rurales los maestros eran prácticamente los depositarios del saber, eran los que podían ayudar a salir de la pobreza mental y de la otra. Trabajaban en escuelas carentes de todo y con excesivo número de alumnos y siempre de distintas edades. Don José Gamboa impartió su docencia en el primer piso del Ayuntamiento, donde se ubicaban las escuelas. Los alumnos ya llegaban sabiendo leer, escribir y las cuatro cuentas que habían aprendido en las monjas. Él continuaba su formación en las distintas disciplinas hasta los doce años en que acababa la enseñanza obligatoria. En las COMEDIAS Y VARIETÉS ha salido su nombre en varias ocasiones. En una de ellas, después de explicar las palabras esdrújulas, la risión general inundó la clase cuando un alumno puso como ejemplo de palabra esdrújula Cándido y siguiendo su lógica particular el siguiente alumno dijo “Chorris”. No sé si había ocurrido ya, pero ese Cándido “Chorris” le sacó una vez del río porque no sabía nadar.


Don José Gamboa fue maestro en los tiempos en que “la letra con sangre entra” y en los que “pasas más hambre que un maestro de escuela” .Pertenecía a una época en que llegabas a casa y decías: “Me ha pegado el maestro” y el padre te contestaba: “Pues algo habrás hecho. No te quejes, a ver si te voy a dar yo el doble”. Hoy una situación semejante se traduce con demasiada frecuencia en: “Pues qué se ha creído ese maestro. Ya iré yo a hablar con él”. De esta actitud se derivan muchos de los males de la enseñanza. Ni tanto ni tan calvo.


Visto con ojos actuales seguro que muchos maestros abusaban de su autoridad, de sus manos y de las reglas de madera. Eran un reflejo de la sociedad en la que vivían. Lidiar con alumnos de distintas edades y niveles en una clase es cosa dura. Multiplicarte para atender a todos es una heroicidad en una época en que el único material escolar eran cuatro mapas, la pizarra, el clarión y el libro. Me comentaba Ángel Garraza que Gamboa aprovechaba sus dotes de dibujante para que copiase mapas y dibujos en la pizarra que luego el maestro aprovechaba para explicarlos y hacerlos copiar a los demás. A eso se le llama optimización de recursos. De don José Gamboa como maestro puede decirse que los que querían aprender, aprendieron mucho y los que no querían aprender, aprendieron algo. Gran elogio para un profesor.


Generalmente cualquier tipo de celebración, incluso un homenaje de jubilación al maestro, tenía su traducción religiosa. La Iglesia controlaba las conciencias y el resto de autoridades colaboraba en el empeño. En aquellos tiempos de nacionalcatolicismo las autoridades civiles, religiosas y militares eran auténticos vasos comunicantes. Y ahí estaba la Guardia Civil. No sé en último término quién tendría más autoridad: el cura o el guardia. Supongo que dependería de cómo era el cura y de cómo era el guardia correspondiente, pero don Ricardo en concreto era mucho Don Ricardo. Hoy la autoridad del cura y del maestro ha cambiado de registro. Ya no son los depositarios del saber. Ya no son el todo, son una parte. Y respecto a la Guardia Civil si antes quien mandaba era un militar por haber ganado una guerra, hoy la autoridad máxima la tiene un civil por haber sido elegido. La diferencia es esencial.


No obstante, como gusta decir a una persona allegada, “antes teníamos un 80% de obligaciones y un 20% de derechos, si nos los daban. Hoy los jóvenes tienen un 80% de derechos y un 20% de obligaciones, si se las quieren tomar”. Naturalmente generalizando, pero creo que hay mucho de razón en esta reflexión. Pues dentro de ese 80% de obligaciones estaban tres personajes de la foto: el maestro, el cura y el guardia y faltaban los padres que estarían en el lado de la cámara.


Por cierto y para acabar, las pastas y el posible moscatel ¿eran sólo para ellos o para el público en general?. Seguro que si abrieron la veda, el campanero padre de Emilio, Jesús y etc tendría que aferrarse fuerte a la muleta para no ser arrollado por esos chicos que, a la izquierda, seguro que habrían echado más de una ojeada a las pastas. 


Foto de Joaquín, siempre en su sitio. Años 50/60

 

 

EL GUARDIA


Hay cosas que no cambian, como el bar de Arturo. En la esquina de la Fuente, su situación estratégica le ha permitido mantenerse con pocas mutaciones: modernización interior y el nombre, hoy “Bar Izaguirre” porque Arturo y su socarronería ya no existen. Lo gestionan sus descendientes.


Lo que sí ha cambiado es esa magnífica esquina, esas piedras bien escuadradas que han delimitado el final o principio de la cuesta de la Iglesia. Y con ellas se fue ese “Centenario Terry” y ese ALLO embaldosado con el escudo de Navarra. Y también se fue el afilador. Se le ve añoso como el artilugio que le acompaña con su rueda de “esmolar” y su garrafa de agua. Su oficio no ha tenido descendientes.
Y lo que también ha cambiado es ese guardia. Es un guardia un tanto especial porque más bien parece que pasaba por allá. Si no fuese por el tricornio podía ser cualquiera esperando cruzar la carretera porque no parece un radar andante ni un denunciador de aparcamientos. Es verano pero, uno por la edad y otro por el deber, van bien tapadicos los dos protagonistas masculinos de la foto. Ambos parece que se miran. Hoy no se mirarían porque también ese guardia ha desaparecido del paisaje. Hoy van motorizados, tienen informatizadas oficinas, se visten de paisano y no los encontramos uniformados por la calle. 


Todo ha cambiado menos el bar de Arturo Izaguirre, “el bar” por excelencia.
Esta foto está hecha entre los años 1984 y 1991 porque el “Salón Amaya” de Mari Luz y Fernando estuvo en funcionamiento durante esos años y los guardias se fueron el año 1994.


Foto de los archivos de Montse Aedo

 

 

Y LO TIRARON….


Siempre hay un punto de morbosidad al contemplar la demolición de algo. Hay una especie de sentimiento de asistir a una fecha histórica mezclado con la sensación de fragilidad de todo lo terreno, por muy poderoso e imbatible que pareciese en su momento. Y, si eso que “se echa a tierra” ha sido vivido, el sentimiento se tiñe de variadas sensaciones.


Ya hubo con anterioridad otro cuartel en Allo: el llamado “cuartel viejo” en la Calle Nueva. No sabemos nada de él porque la gente ya no se acuerda pero entonces no se demolían los edificios, se reciclaban. El “cuartel viejo” se reutilizó siempre como casa. Le quedó el nombre durante mucho tiempo. Hoy su lugar lo ocupa una bonita casa de color tierra rojiza y ya poca gente se acuerda de que allí hubo el primer cuartel de Allo.


Vallado y abandonado durante cuatro años, en un santiamén, como la bodega, este edificio singular y representativo de una de las entradas al pueblo, dejó de existir. Y con él quedaron hechos cascotes las vivencias de mucha gente. Vivencias que a manera de puzle hemos intentado recomponer para que no se olvide. Era mayo de 1998
 

 


Esther Zubiría
con la inestimable ayuda e información de
Jesús Medina.

Mayo 2014