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LA QUINTINA, el Corte Inglés de Allo

En todo pueblo hay una tienda. En Allo la tienda por excelencia más visitada por los chicos y chicas ( los chiguitos y las chiguitas) era la Quintina. Aquí no se vendían cosas de comer que compraban las madres. Aquí íbamos a por los chicles Bazoka, los regalices de palo y todas las porquerías propias de la edad y que había en aquel momento. Y como era, yo creo, lo único perecedero, el número de vistas estaba en función de lo que pudiésemos alargar las  pagas. Los tebeos nos los cambiábamos entre nosotros/as porque las pagas (escasas y fijas)  no llegaban para tanto. Si querías comprar agujas de colores te quedabas sin chicle, si lo que querías eran cromos o colpones te quedabas sin regaliz. Así crecimos.

 

 

Este escrito apareció en COMEDIAS Y VARIETÉS IV incluido en el título PERSONAJES HISTÓRICOS Y AMBULANTES

 

LA QUINTINALa Quintina tenía una tienda en la Plaza haciendo esquina con la calle que va a la Placeta. Era El Corte Inglés, había de todo. Lo último que le compré cuando ya estaba de rebajas por cierre fueron unas palas para jugar al frontón y unos hilos cosecha crianza más por razones sentimentales que por utilidad porque Dios sabe el tiempo que llevarían allí. 

Comprábamos tebeos, cuentos de hadas, del capitán Trueno, de Tintín… y se cambiaban novelas de “amorcillo y tiroteo” como decía ella. Pero también podías comprar arenques de cuba, guirlaches, regaliz, pepinillos, encurtidoschicles Bazoka …y jabón , el famoso jabón de la Quintina. En ella nos gastábamos las ochenas y las cuatrenas, los riales  y los dos riales. El trozo de tarima antes del mostrador tenía el color del polvo, era blanquecina  a la vez que incolora. Mujer acostumbrada a vender no era fácil mangarle algo, dominaba todos los posibles movimientos sospechosos. La Quintina, la Margarita, la Chanfandina y Tomás “Revuelto” endulzaron nuestra infancia  y a cambio recibieron nuestras pagas.

Aquí  tenemos a nuestra protagonista preparada para pasar a la historia en esta magnífica foto cedida por la Merche Montes.

Esto sí que es una foto. Por fin la QUINTINA, mujer por excelencia ligada a tantas infancias y que tanto la hemos nombrado. Así era. La escoltan a su derecha la Vitorina Montes, mujer de Serafín Macua que tenían carnicería y era pariente de Macua el de Larraga, y a su izquierda : la PACIS, la que vendía cisco para los braseros.

Van a la Iglesia y hacía viento, ya llevan el rosario preparado, la mantilla puesta y guantes. Por algunos detalles tiene pinta de ser el comienzo del otoño. ¿Recordáis a la Quintina y a la Pacis con otra ropa que no fuese negra?

 

 

 

¡¡¡Que vienen, que vienen!!! A este grito todo se pone en movimiento. Parece que las barreras se van a vulcar porque todos sus residentes asoman el cuerpo hacia delante buscando con la vista la vaca  que viene. Pero no nos interesan en esta ocasión esas zancadas, esos balcones repletos de gente (niña colgada incluida), ese dinamismo que rezuma la foto. 

Nos queremos fijar en el fondo, en el VENTANAL de la tienda de la Quintina. ¡ Cuántas caras se habrán pegado a ese ventanal! A mirar ¿qué?, pues el tendedero de revistas, tebeos, cuentos de hadas y Capitanes Trueno que la Quintina colgaba a modo de reclamo. Se ve y no se toca. Debajo, en el amplio alfeizar de la ventana, una muestra abigarrada de lo que podías encontrar dentro. Es decir, de todo. No sé si ese ventanal tenía contraventanas o en caso afirmativo éstas se cerraban. Si con las vacas por ahí está a pelo, es posible que no se cerrase nunca, ¿para qué?.Luego seguía la fiesta y con las fiestas las visitas a la Quintina que a través de ese ventanal vió transcurrir su vida y la de los demás. Mirador privilegiado a la Plaza, cruce de calles… la esquina de la Quintina  tiene personalidad propia aunque no haya sido el objetivo de esta foto. ¡Cuántas conversaciones habrá oído! ¡cuántos besos habrá envidiado!. Ha sido testigo mudo de cuantos aconteceres  colectivos se han vivido en Allo y notario de amores y amoríos varios. 

Hoy ya no nos paramos en el ventanal. Hace muchos años que está cerrado, lo mismo que su casa, lo mismo que la casa de la Pacis. Son dos casonas que junto con la del Roso, también cerrada, conforman una especie de paseíllo lúgubre, umbrío para llegar a la Plaza desde la Placeta. Da grima mirar hacia ese lado, parece que se van a caer, son casas fantasma, recuerdos de una época tan caducada como la imagen que nos trasmiten la Pacis y la Quintina en la fotografía anterior. En Allo, como en todos los sitios, el pueblo crece urbanísticamente  hacia la periferia, hacia lo limítrofe con el campo y la casa de la Quintina se ha quedado ahí, congelada en el tiempo.

Abril de 2012

 Esther Zubiría