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DE LA ESCUELA Y OTROS RECUERDOS

Para todos empezar la escuela era ir a las monjas hasta hacer la comunión. Aquí nos esperaban la Hermana Domitila para las chicas y la Hermana María para los chicos. Las clases estaban contiguas de manera que para pasar a la de los chicos, primero tenías que atravesar  la de las chicas. Había grandes pizarras en la pared donde escribíamos con el clarión (tiza). En el centro una estufa de serrín que se llenaba con un palo en medio que, al quitarlo, hacía de tiro. Allí aprendíamos  las primeras letras, es decir a leer y escribir. Las mesas eran redondas pero en medio había una rectangular reservada para los que iban a hacer la comunión ese año. Eran los mayores. También había un banco llamado de los “cagazones”, dispuesto para aquellos alumnos un poco más duros de mollera o más trastos, candidatos a las orejas de burro, y reservando las medallas de aplicación para los más listachos

 Comulgábamos a los 7 años porque a esos años se decía que ya teníamos “uso de razón”. Había que aprender de carrerilla el catecismo, a juntar las manos debajo de la barbilla con aire concentrado y transcendente y, sobre todo, había que aprender a confesarse.

-Ave María Purísima

-Sin pecado concebida- contestaba mecánicamente Don Ricardo en la penumbra del confesionario

- Hace tantos días que no me he confesado. Me acuso padre que : en el primero, nada.., en el segundo, nada… en el cuarto  que he desobedecido a mis padres, en el sexto NADA, en el octavo que he mentido, he reñido con las amigas y he dicho algunas palabrotas….

El patio era el Blé y allí practicábamos todos los juegos. El Blé era  espacioso porque no existían las edificaciones actuales, lleno de polvo y tierra, y de barro cuando llovía. Generalmente jugábamos por separado chicos y chicas. Se practicaba desde la más tierna infancia la separación de sexos. A más de uno Don Ricardo le tiró de las patillas y de las orejas por estar con las chicas. Ya, con ojo clínico, la hermana Domitila nos decía: Anda y dile a tu madre que no quieres ser cigüeña, que te alargue los vestidos o que te acorte las piernas. Eso quería decir que habíamos crecido (medrao) con lo cual había que tener cuidado.

Llevábamos papel de plata  y sellos para los chinitos. El papel de plata lo sacábamos de las envolturas de las tabletas de  chocolate, un papel de plata muy fino que alisábamos con la uña y bandeábamos para oír su sonido metálico. No sé cuál sería su destino final pero desde luego dudo que fuesen a parar a los chinitos que imaginábamos lejanos, mucho más pobres que nosotros, pequeñicos y con los ojos rasgados. En aquellos momentos estaban haciendo la revolución comunista  bajo la batuta de Mao  y digamos que imposible que aceptasen nada de un país anticomunista por excelencia como España.

Recuerdo único: la leche en polvo y el queso de los americanos. Nos ponían alrededor de la entrada que había previa a las clases y nos repartían una tajada de queso amarillo y un vaso de leche en polvo. Yo particularmente recuerdo ambas cosas con horror, no me gustaban nada. La leche no sabía a la leche de vaca  que dejaba en los morros una aureola  y el queso se  hacía un bolo en la boca. Nos ponían la leche en unos vasos de plástico duro, de colores. Según me dicen, en los maestros además te preguntaban: con o sin, es decir, con espuma o sin espuma. Ahora sé  por qué eran tan buenos los americanos que ayudaban a que los españoles estuviésemos bien nutridos. Estados Unidos rompe el aislamiento internacional  que había sufrido Franco (por apoyar a los perdedores en la Segunda Guerra Mundial), con el establecimiento de bases americanas en España y migajas de ayudas militares y económicas, entre ellas nuestro queso y nuestra leche.

Cada invierno nos compraban unos zapatos GORILA que traían en la caja una pelota verde, de goma dura. Pelota utilizada entre otras cosas para jugar a la Gulgulutera, a las tabas, a saltar... Eran zapatos de cordones y suela de goma, fuertes y duraderos, a prueba de barros y nieves.

Los artilugios de la escuela los llevábamos en una cartera  de cuero duro con solapa. Consistían en el CATÓN, la pizarra (enmarcadica en madera), los pizarrines (el duro y el bando), lápiz, goma MILÁN y cuadernos para hacer caligrafía. En la pizarra escribíamos el ma,me,mi,mo, mu , las sumas y las restas y si nos equivocábamos, escupitajo y mano. Si era en el papel y con lápiz usábamos miga de pan

En la  cartera también llevábamos,  en un zorrón  de papel, la merienda (pastilla de chocolate clavada en el pan y naranja). La naranja la manoseábamos y la rodábamos con el pie para ablandarla, hacerle después un agujerico con el dedo, sorber el zumo y, una ver destrozada, aprovechar el resto, menos la casca que la dejábamos bien limpia. Previamente, mientras mordíamos un trocico de chocolate y un cacho de pan, echábamos con un buen imbión la naranja por las cañerías. A ver cuánto subían… y rápidamente bajaban. Con este meneo ya empezaban a reblandecerse.

Otra merienda típica, pero en casa, era el pan, aceite y azúcar, sobre todo el currusco,  pan con queso de membrillo, manteca con azúcar o mostillo.

Una vez comulgados, los chicos iban a los maestros, don Ezequiel y Gamboa, al tercer piso del Ayuntamiento actual y las chicas a las maestras, doña Matilde y la señorita Fany, o a lo que llamábamos el Colegio (las monjas en el piso superior) donde había que pagar algo. La enseñanza obligatoria era hasta los doce años aunque en las monjas se podía estar hasta los catorce. Sólo teníamos fiesta el domingo y el jueves por la tarde. En esta segunda etapa de la enseñanza las mesas eran de una pieza única para dos alumnos, inclinado el espacio para escribir que a su vez hacía de tapa del cajón, excepto una pieza superior fija donde había un canalillo para la pluma y el lápiz,  y un agujero para el tintero. El Catón era sustituido por la Enciclopedia Álvarez, compendio de todos los saberes. Aprendíamos a escribir con pluma, provista de su tajo (plumín) de distintos tamaños. Escribir untando en la tinta era muy complicado, el tajo de las plumas se abría y los borrones menudeaban y para ello estaban los secantes que decíamos que si te los ponías debajo el sobaco te subía la fiebre y así podías no ir a la escuela. Nos “tomaban la lección” y, en función de la fidelidad memorística al libro, ocupabas un lugar más o menos próximo al punto neurálgico de la clase que era la mesa de la hermana María Sierra, la de las “almondiguillas”, que a su vez coincidía con la proximidad a la estufa de serrín. Las madres,  conscientes del asunto, nos decían: Que no te repase nadie.

Éramos ingeniosos y pretendíamos ser prácticos, hacíamos tinta machucando unas flores  lilas de gruesos pistilos. No servía para nada pero…  “vamos a hacer tinta…”. Otro invento era hacer cola para pegar con la resina que rezuman los almendros o con una especie de mototo hecho con harina y agua. Hacíamos de biólogos disecando mariposones, a los que les clavábamos agujas en las alas, o cazando moscas, aplastándolas en un papel doblado y ver los dibujos simétricos que salían.

De vez en cuando teníamos visita: los inspectores, para los que dejábamos las mesas como los chorros del oro el día anterior Teníamos que dar buena imagen aunque los nervios eran porque nos podían preguntar cosas. Rompían la rutina y nos conectaban inconscientemente con el resto de escolares, por lo menos de Navarra. El fotógrafo, ¿quién no tiene una foto de cartón duro, bien serio y repeinado con la bola del mundo en la mesa y el mapa de España al fondo? Nos las hacían con los hermanos y a veces con los primos. La Madre Superiora, a la que le cantábamos una canción para la ocasión, algo así como Viva la Madre Superiora que es la mejor de todas…( me lo invento)

¿Cómo vestíamos? Todos hasta la rodilla, pantalones los chicos; faldas o vestidos las chicas. Las rodillas, siempre al aire, eran el parachoque de todos los golpes  y el espejo de los distintos avatares. Por eso solían estar adornadas de múltiples y repetidas postillas, sabañones en invierno y roña en algunos/as, a falta de un buen lavado en las palanganas de porcelana blanca.

Las monjas de vez en cuando nos llevaban de excursión…a las CUATRO CARRETERAS, íbamos por la tarde en primavera, a merendar y a juar. Yo recuerdo dos excursiones más: a Tudela, donde me perdí, y a San Sebastián donde vimos el mar por primera vez. Aquí nos bañamos en la playa de Ondarreta y como nadie tenía bañador lo hicimos en bragas que luego pusimos a secar en unas vallas  del Monte Igueldo.  Si íbamos en autobús, siempre en el TALGO de Eustaquio Iñigo (Ustaquio) al que le cantábamos a voz en grito: Este chofer que llevamos, es un chofer de primera. Es muy bueno y cariñoso ¡aupa¡ y le damos mucha guerra. Si le damos , que le demos, a nadie le importa nada. El nos cobra lo que quiere,¡aupa¡ al acabar la jornada. Y contentas y ufóricas continuábamos: Que buenas son las Hermanas de Santa Ana, que buenas son que nos llevan d’excursión.

 ¿Quién no se acuerda del cuarto de las ratas? ¿y de los recortes de hostias?

El cuarto de las ratas, donde estaba el serrín de las estufas, era un cuarto oscuro. A veces nos mandaban a por serrín pero íbamos por parejas porque el cuarto de las ratas era fundamentalmente la amenaza de castigo para el que se portaba mal. Un poco sádica la cosa. 

Más nos gustaban los recortes de hostias. Las hacían las monjas con una plancha y como eran redondas, lo que sobraba eran los recortes. Eran el premio al buen comportamiento y además hacíamos como que comulgábamos

Nos ejercitábamos en obras sociales con el DOMUN. Para estimularnos  a traer dinero para los negritos, las monjas hacían una especie de termómetro con rayas. Cada raya equivalía a una cantidad de dinero (una peseta, dos reales , cuatro ochenas…..quizá cuatrenas). Según ibas aportando te pintaban más rayas en una especie de competición de bondades.

También los domingos después de misa repartíamos “La Verdad” por las casas. A este menester yo le debo un buen mordisco del perro de Fortun (el Rul) en la corva de la rodilla que no me dejó coja de milagro, según don Serafín. Tenía ocho años. 

Como era lógico en la época, todas las cosas de Iglesia tenían mucha importancia hasta tal punto que el año que yo comulgué caía la Ascensión el 15 de mayo. Como era San Isidro y había música, ésta era incompatible con la alegría espiritual que suponía hacer la comunión. Solución de don Ricardo: se suspende y se hace sólo en junio, en el Corpus. Consecuencia: gran frustración para todos/as que esperábamos, como era habitual, vestirnos dos veces con el traje blanco almidonado o con traje de  marinero.

Otro ejemplo: a uno Don Ricardo no le dejó comulgar el año que le correspondía  porque le preguntó:

-         ¿Con qué se lava el alma?- y el susodicho en plan de chunga, porque ha demostrado posteriormente ser muy listo, le contestó:

-         Con jabón chimbo de la Quintina

Podemos imaginar el cabreo de don Ricardo después de tanto catecismo

Hablando de don Ricardo nos acordaremos que cuando lo veíamos por la calle arrancábamos a correr para besarle la mano y decir Ave María Purísima y de manera displicente nos contestaba a todos a la vez: Sin pecado concebida. Habían dos cosas que nos intrigaban: cómo estarían las monjas sin aquella toca blanca, tiesa y almidonada y comprobar que don Ricardo llevaba pantalones debajo de la sotana. Esto último lo humanizaba un poco. No obstante hay que comprender que era un cura fiel reflejo de la época y debemos de reconocerle que, sin nosotros saberlo en aquel momento, se dedicó a recoger costumbres, dichos, historia …del pueblo ,siendo, que yo sepa, el primero que hizo un estudio etnográfico de Allo.

Ahora bien, se acordarán las mujeres cuando desde el pulpito les renegaba por ir a la iglesia sin medias o sin mantilla y muchos recordarán los cucones  y el estiramiento de orejas  o de patillas, que hacía más mal.

El mes de mayo era el mes de la Virgen  y los actos religiosos menudeaban. Si llevábamos manga corta (los tirantes no existían) las monjas nos ponían unos manguitos con goma en los brazos y nos cubríamos la cabeza con unas mantillas también con goma pa que no se nos resbalarían. Era también  el mes en que echábamos versos, allá en el altar del Santo Cristo y con los versos ofrecíamos un ramo de flores (la abuela de la Floramari tenía unas rosas magníficas en la casa de la Balsa). Ah¡, y menudo contentas nos poníamos si nos habían eslegido para llevar una cinta de la imagen en las procesiones. Ese día nos rizaban el frequillo y media trenza con bigudís, con los que dormíamos,  nos las remataban con unos churis blancos y nos almidonaban la saya. Y privadas, tan contentas. Y Joaquín haciendo fotos, inmortalizando nuestras vidas.

Finalmente, sobre todo en invierno, hacíamos comedias  que les llamábamos VELADAS. Se hacían en las clases de abajo de las monjas. La separación era de madera y se montaba una especie de escenario en medio. Eran obras de teatro y algún baile como el famoso Con el Vito, Vito, Vito, con el Vito, Vito  va-a. No me mires a la cara, que me pongo colorada…. El camerino era la clase de los chicos y la platea la clase de las chicas Venían los padres y todo salía mucho bien y mucho bonito

Y colorín, colorado. Este cuento, de momento, se ha acabado

 

 Esther Zubiría