Tararí, tararí, tararí….Esta noche a las 10 en la plaza tendrá lugar una gran sesión de comedias. Actuarán grandes artistas nunca vistos y el que quiera estar cómodo que se traiga su butranca
Toda una riata de chiquillería seguía por todo el pueblo al anunciante, a su trompeta, su cabra, sus mujeres y su propia chiquillería. Eran los húngaros, los comediantes que más recuerdo han dejado. Eran Pedro, la cabra Margarita y el mono. Eran las zíngaras de vistosas, voluminosas y coloristas faldas a juego con los morriquetes mucho pintaos, los pendientes de aros, la piel morena y las negras melenas al viento. Eran los chiquicos como nosotros pero medio descalzos, vestidos sin orden ni concierto y mucho más sucios. Olían a humo, a campo y a libertad.
Ese día había que pedir permiso a los padres si podíamos ir a las comedias. Ese día si habías hecho algo mal te arrepentías y jurabas y perjurabas que no lo volverías a hacer. Siempre nos acababan dejando.
Esperábamos la noche con inquietud. Eso de salir de noche no estaba de moda, a lo sumo un rato a la fresca en el barrio después de cenar. Para preparar el ambiente visitábamos a los húngaros en su campamento: la Dula o la bodega. Nos asombraban las muchas y a la vez pocas cosas que tenían. Todas sus existencias por el suelo, el carro como casa, la hoguera como cocina y la mezcla de personas y animales en un mismo espacio. Les observábamos como con una especie de sentimientos encontrados. Por una parte nos sentíamos más privilegiados porque teníamos casa, cocina y armarios y por otra parte nos daban una pizca de envidia porque en aquel grupo parecía que no había que lavarse, ir bien vestido y obedecer. Nos gustaba la cabra Margarita, tan normal y tan mansa y nos maravillaba el mono venido de tierras lejanas. Los chicos se ponían como para jugar al Monti y Moncayo, el mono los iba saltando y, en una ocasión, cuando le tocaba saltar sobre uno (se dice el pecado pero no el pecador) éste se retiró y el mono ante el asombro general le persiguió hasta su casa y le destrozó los pantalones. Menudo susto. Nos marchábamos de allí oliendo a humo y deseando que llegase la noche
Si éramos varios hermanos, en la cena decidíamos qué sillica se llevaba cada uno porque tenía que ser una sillica. Era curioso ver cómo subíamos por barrios con la silla a cuestas y confluíamos en la plaza. Quedábamos con las amigas y nos poníamos juntas para taparnos bien las piernas con la manta cuando la noche refrescase. Algunas se llevaban hasta una bolsa de agua caliente
El escenario solía ponerse a la izquierda del porche del Ayuntamiento, por la zona de la tiendica de la Chanfandina y el personal nos poníamos alrededor. Los críos más pequeños sentados a los pies de las madres.
Íbamos predispuestos a que nos gustasen. Estábamos encantados de que hubiesen venido a nuestro pueblo y que por un día los mayores tuviesen otra conversación que no fuese la siega o la trilla.
Tenían sus artistas principales, hombres o mujeres ataviados con trajes de cantar pasodobles y canciones de las folclóricas ( por qué has pintao mis ojeras, la luz del lirio real……ay campanera por qué será…), tenían sus payasos de trajes mal cortados, sombrero roto, nariz grande y zapatones enormes. Hacían una gracia tonta y de eso nos reíamos de lo tontos que eran. Tenían sus artistas incipientes: aquellos chiquicos que veíamos en el carromato de la Dula. Había una chica que parecía una muñeca de goma, una gitanica que se doblaba y contorsionaba al compás nada menos que de la pandereta de alguna zíngara y.. como aquel…nos quedábamos todos asombrados. En otra ocasión una chica de nuestra edad cantó: Tengo yo una ovejita lucera que de campanillas se puesto un collar…..Me gusta cuando canta la ovejita beeee y cuando le contesta el corderito baaaa….Esta canción nos la aprendimos y la representamos muchas veces intentando imitar el movimiento de brazos y el dominio del escenario que desprendía aquella muchacha.
Ahora bien, el momento más esperado era el de la cabra Margarita . Salía Pedro con sus bigotes y la trompeta mucho reluciente del sidol y hacía que la cabra se subiese en un tocho pequeño, como un tamborico. Primero una pata, luego la otra y cuando sólo le faltaba una, la trompeta de Pedro vibraba por la emoción del momento y la cabra hacía lo que se esperaba de ella: colocar las cuatro patas y saludarnos toda seria levantando una patica. Era la apoteosis. Una cabra amaestrada. Estábamos más acostumbrados a los perros que saltaban aros y subían escaleras. Y luego el mono que también saltaba, se subía, se bajaba, nos miraba y miraba a Pedro. Nos daba mucha risa.
En el descanso se rifaba la colcha. Antes habían pasado con la bandeja o con el sombrero pidiendo la voluntad. Era el momento que algunos aprovechaban para levantarse a hacer sus necesidades. Mal hecho. No se lo merecían. Bien valían dos reales o una peseta. Se vendían tiras azules o rosas con números y al final se subastaban las tiras sobrantes tres pesetas a la una, tres pesetas a las dos… y para aquel caballero todas estas tiras. Alguna mano inocente sacaba un número y la colcha tenía dueño.
En unas comedias hubo un prestidigitador de esos que tienen poderes , se tumbó como en una mesa, le pusieron encima una piedra mucho grande, pidieron que saliese el más fuerte del pueblo , salió Jesús Garnica el de Lión, le pegaba cada hostia que pa qué con un martillo mucho grande y el otro nada. Nos dejó de piedra.
Un año vinieron unas comedias que estuvieron toda la semana y cada día hacían una cosa distinta. Fue nuestra semana grande.
Las comedias significaban verano, significaban una ventana abierta a otro mundo, a una gente que se movía de un sitio a otro, que tenían otro tipo de vida, que no trabajaban en el campo y que no iban a la escuela. Y los veíamos en directo. Su recuerdo perduró en el tiempo: a las chicas nos ha gustado mucho revestirnos y hacer comedias y los artistas locales parodiaron a Pedro, la cabra y el mono en unas fiestas
La televisión acabó con los comediantes pero seguimos cogiendo la sillica para ir al cine a la plaza. El telón estaba enfrente del Ayuntamiento pero ya habían pasado los años y esta generación nuestra no estaba tan pendiente de la cinta sino más bien del gallinero que se montaba en los porches con noviazgos incipientes y gustares de aquellos tiempos
Las comedias , la bici, el silencio del pueblo después de comer a la hora de la siesta, la penumbra a través de las persianas verdes , las tiras pegajosas colgadas del techo para atraer a las moscas, el ir al río d’Ega en carro a lavar los colchones, pasar el día, hacer rancho, bañarnos con neumáticos y volver todo royos, el ir los chicos a Riomayor a bañarse , el corro de las mujeres cosiendo en la calle al atardecer, las campanas de la Iglesia tocando a incendio en alguna era…..Todo esto, los juegos y los divertimentos, chandríos incluidos, son imágenes asociadas a los recuerdos estivales de nuestra infancia. La infancia de esa generación a la que nos ha tocado la colcha de estas COMEDIAS Y VARIETÉS