Cuando nuestras madres estaban embrazadas, iban a comprar un chico, a pesar de lo cual seguían trayendo agua de la balsa y lavando en el río con el balde. Llegado el momento nacíamos nosotros en casa con la ayuda inestimable de Don Serafín y la Evarista la comadrona, mujer enérgica, que seguro nos daba un buen sopapo para que arrancásemos a llorar. Nos alimentaban con la teta de la madre y después la completaban con pelargón. Si por circunstancias alguien necesitaba la teta de otra madre, aumentaba su círculo de parientes con los hermanos de leche, siempre conocidos y recordados. Éramos dos, tres hermanos, unos pocos cuatro y bastantes uno. Debía tener razón el Padre Langarica porque la natalidad en Allo era muy baja. Como consecuencia hoy tenemos una taxa de envejecimiento alta, superior a la media navarra y nacional. De chicos era raro que se muriese alguno, a diferencia de antesmás que se iban muchos con las cagaleras de la Madalena.
Durante un tiempo eramos cagazones y hasta que íbamos a la escuela nos cuidaba todo el mundo. Ya hemos dado un repaso a las vivencias escolares. Con ellas nos socializábamos y nos acabábamos de conocer juando y haciendo amigos
En paralelo al aprendizaje de las normas escolares y religiosas nos enseñaban otras que enriquecen el bagaje de costumbres que hemos intentado reflejar en estas COMEDIAS Y VARIETÉS. Una muy importante era besar el pan si se nos caía y ponerlo en la mesa "de cara". De siempre veíamos cómo había que hacer una cruz con el cuchillo por la parte escachada antes de que nuestras madres se lo pusieran en la pechera para cortarlo, generalmente unos panes redondos con unos rombos o rayas que los caracterizaban. El pan (sobao o hueco) era muy importante, todo un símbolo de abundancia que había que reconocer y agradecer porque nos contaban que en los años de "la seca" (que en realidad era la posguerra) no todo el mundo podía comer "el pan blanco" y hubo que recurrir al "negro", es decir al puro integral actual, recuerdo para ellos de tiempos duros. Recuerdos también lejanos para nosotros, pero no por duros, los de los candiles de aceite y los trillos antes de las segadoras, concretamente en una era que había al lado del cuartel junto al gallinero de la Charrina, en la carretera de Lerín. Recuerdos lejanos de amasar en casa y acompañar a nuestras madres a la panadería de la Tahona o de Goicoechea cuando habían hecho una buena bandeja de bollos o pastas cuyo olor, recién salidas del horno, ha quedado en la memoria olfativa por los siglos de los siglos. No comas pan caliente que te quedarás mudo, nos decían cuando nos mandaban a por el pan y así se aseguraban los curruscos intactos aunque, en realidad, era para que no nos sentase mal la miga caliente.
De bien educados era decir “Ave María Purísima” al llegar a casa, no dormirnos sin recitar el Jesusito de mi vida y Cuatro angelitos tiene mi cama y no olvidar las gracias cuando nos daban algo, por ejemplo un caramelo, antes de que nos tuviesen que recordar: "¿qué se dice?" Y qué decir de aquella frase: “¿Cómo te llamas, maja?” “Pili, para servir a Dios y a usted”.
Oíamos por la radio las historietas de Matilde, Perico y Periquín antes de irnos a la cama y la canción del Cola-Cao ( lo toma aquel negrito que es el amo de la pista, lo toma el boxeador bum, bum ,bum, boxea que es un primor...) y como no todo el mundo tenía radio, las mujeres se juntaban a coser mientras oían Ama Rosa, un culebrón fino de buenos y malos con algún pecao inconfesable de por medio. Todavía hay gente que al Telediario actual le llama "el Parte" como se le llamaba al informativo en los tiempos clásicos de la radio.
Nos mandaban a comprar a casa de la Petra, de Revuelto o de la Basi (que nos solía regalar unos peces de caramelo), cuarto y mitad o mitad de cuarto. Todo puesto en zorrones que luego se aprovechaban para llevar la merienda a la escuela. Los chicos iban al barbero a cortarse el pelo y el frequillo a Pablo Rial o a Perón y para las chicas el cortarnos la trenza suponía dejar atrás el ser chicas chiguitas (algún espabilao vino después y compró muchas trenzas de pelo auténtico por cuatro riales o alguna gitana que se agenció hermosas matas de pelo a cambio de puntillas cuando el guardarlas para hacer moños ya no estaba de moda )
Vivíamos en las cocinas. En invierno era el sitio más caliente con las cocinillas de leña y el brasero de cisco de la Pacis y en verano, pues a aguantar el calor que dejaban pasar las persianas verdes. El agua caliente se limitaba al somero calderín de la cocinilla. El calderín era un depósito cuya tapa se dejaba como el oro, lo mismo que la cocinilla, dándole con un trapo con Foster y arenilla, a veces traída del río d’Ega. La luz, procedente de la Central, cuyas ruidosas turbinas hacían funcionar los Castanera, alimentaba unas mortecinas y desnudas bombillas, sin lámparas. Si bajaba poca agua apenas había luz, no había fuerza, se decía. Otro motivo para que no hubiese fuerza era que la rejilla del canal se llenaba de hojas, sobre todo en otoño, y al encargado de turno se le había ido el santo al cielo.
Al cielo no pero sí a la pancha habían ido los conejos cuyas pieles recogía una vez por semana el pelletero, hombre de Cárcar. Las pieles se estrellaban con gran habilidad contra una pared para que estuviesen allí durante unos días y se secasen al sol. Todavía existía el trueque: una pelleta, una caja de mixtos.
Conforme íbamos adquiriendo "uso de razón" aprendíamos la diferencia entre pecado venial y pecado mortal. Si te morías con el primero ibas al purgatorio pero si tenías la mala suerte de morirte con el segundo ibas de cabeza al infierno a choscarrarte con los demonios. Un pecado mortal que había que evitar era tocar la hostia con los dientes ¡Qué problemas! ¡qué dudas si se te pegaba en el paladar y tocaba un poco los dientes¡.Las mismas que provocaban el ir a comulgar sin saber con exactitud si cumplías lo de "no haber comido desde la noche anterior". Y ahora resulta que no son pecaos.
Otra duda metafísica importante a la hora de comulgar era discernir si el pecao que tenías era venial o mortal porque comulgar en pecado mortal suponía jugarte el futuro de tu alma
Llevábamos medallas y escapularios y nos decían que había que santiguarse antes de salir de casa. Todo esto activaría nuestro ángel de la guarda y nos protegería de los peligros. Algunas mujeres llevaban hábitos de la Virgen del Carmen por alguna promesa y otro hábito común era el de los armaritos de algún santo (especie de hornacinas portátiles) que se pasaban de manera trashumante por las casas y se les ponían lamparillas en aceite. Tenían un aire un tanto tétrico.
Hubo un tiempo que venían Misiones. Las Misiones metían mucho miedo, iban precedidas de los frailes descalzos que llevaban un hábito con un cordón mucho largo y capucha atrás. Fue famoso Fray Demesio que iba con sandalias y calcetines en invierno y con una cara impresionante pedía por las casas sobre todo aceite para el que iba provisto de una lata y una bolsa oscura para otras limosnas por el amor de Dios. Iba a la escuela a pedir chicos que le acompañarían. Entre los chicos, cómo no, se apuntaba Pedrito “Santiaguín”, al que se le debe esta información. Era tan eficaz Fray Demesio que hubo pujas cojonudas entre distintos conventos pa llevárselo. Los chicos recorrían el pueblo cantando: Misión, misión, misión cantan los niños y van cantando por las calles que a la misión, misión, misión vayamos todos a escuchar la voz de Dios. Después de las misiones todo Dios a confesar con el confesor extraordinario porque hay que ver la de pecados que teníamos
También fue famoso por aquella época el Padre Julián Lara, escolapio de Estella, que recorría la zona en busca de vocaciones escolapias. Entre otras consiguió la de Loren, que sólo duró un día, la de José Ángel Aramendia, que estudió algunos años el bachillerato y la de Alberto Azcona que tuvo una vocación más fuerte y hoy sigue siendo cura escolapio
Hablando de frailes no olvidemos a los del Verbo Divino de Estella a cuyo colegio asistieron unos cuantos chicos de Allo y que, digo yo, alguna impronta mental les dejarían
Cuando uno se iba a morir le daban el Viático y la Unción. Iba el cura con una capa y los monaguillos con una campana, una cruz y los artilugios necesarios para la ocasión. “Que han bajao a darle el viático y la unción”, esta frase encerraba todo el misterio que rodeaba la última ceremonia de la vida. Así como se nacía en casa, también se moría y durante nueve días se rezaban rosarios caseros por el alma del difunto. El dolor por la pérdida había de manifestarse socialmente a través de un tiempo de luto, establecido cronológicamente según el grado de parentesco, luto que aparte del vestir (todo de negro las mujeres, con una banda ancha en la chaqueta los hombres, botón negro en la solapa y negra también la corbata, si se mudaban) incluía el no oír la radio ni disfrutar de la mínima diversión. Se guardaba a rajatabla. Eran los últimos estertores del ancestral respeto a los mayores y a los muertos en general
En el camposanto, que sólo se abría para los entierros y por Todos los Santos, había un cuarto lleno de misterio donde hacían las autopsias, y cerca, por una acequia, comíamos “manzanicas de pastor” aunque había algunas que decían que sabían a muerto
El transcurrir cotidiano de nuestra vida venía marcado por las campanas de la Iglesia y por los curas. El toque de las campanas era distinto: tocaban a muerto, a incendio en una era, a misa, al rosario y bandiaban para las procesiones. Los curas también eran distintos: de don Ricardo, su distancia, su tirón de patillas y cucones (Satán, qué hacías, le decía a Crucito Soria cuando le pillaba con alguna chica), pasamos a Don Andrés, cercano y jovial, que jugaba al fútbol con la sotana, se le enredaba la pelota entre los faldones y metía gol. Le siguió Don Luis, el primero que colgó la sotana y además fue a coger espárragos. A éste don Jesús Omeñaca, recientemente fallecido, experto en archivos, que nos ponía cine en la sacristía, gratis para los que estaban suscritos a los Aguiluchos y acababa las sesiones con una imagen de San Juan Bosco. Pero llegó don José Luis, se puso las botas y nos llevó al monte. Fue nuestro "cura obrero". Para empezar vivía en Katanga, en las casas baratas, chiquitiaba por los bares con los hombres y a los jóvenes nos descubrió la montaña y una nueva manera de relacionarnos. Era el cura de la nueva época. Con él aprendimos que, aparte de Montejurra, también había otras montañas a las que subir por el mero placer de hacerlo: San Donato, Monjardín...y a la Foz de Lumbier, su pueblo. También aprendimos, por experiencia, que las montañas son traicioneras y que, a poco que te descuides, te despistas y te pierdes. Organizó campamentos juveniles en la zona de Lumbier y el valle del Salazar. Campamentos TODAVÍA unos para chicos y otros para chicas pero que supusieron una novedad considerable y un cierto revuelo en el pueblo
La política no existía. Siempre estaba Franco. También los requetés y los carlistas que subían a Montejurra pero no sabíamos bien quienes eran. El primer domingo de mayo pasaban autobuses y autobuses y nos deslumbraban los desfiles de chicos y chicas uniformados y rematada la cabeza con una gorra roja con borla. Los chicos con trompetas, las chicas con tambores. Carretera arriba, carretera abajo. Impresionaban.
Sabíamos que había habido una guerra y que en el pueblo se habían cometido barbaridades pero se hablaba en voz baja como de algo prohibido o que había que olvidar. Los recuerdos eran dolorosos.
Todo tenía un ritmo y un tiempo. Tiempo para los churis y los bigudís, especie de cordón de la luz con los que nos rizaban el frequillo y un trozo de trenza para hacer tirabuzones; tiempo para estrenar zapatos de tacón bajico y para ponerse falda tubo; tiempo para ponerse los chicos pantalón largo cuando la voz empezaba a cambiarles y oscurecían las piernas; tiempo para llevar faja y bajártela de ambos lados como hacían las mujeres; tiempo para tener novio y subir por la carretera de Estella a l’oscuro y tiempo para pasearte con él por la Fuente del bracete que significaba la presentación en sociedad de una boda inminente. Había una forma de ser chicos y una forma de ser mozos
Alguna vez nos echaban alguna foto, algún pariente de la capital que tenía máquina de retratar y sobre todo en las fiestas, tiempos de diversión única y exclusiva de aquellos años porque San Isidro y la Madalena eran fiestas de misa, procesión y música por la tarde: la vispra y el día del santo
Los años sesenta, los años de la transformación de ser una sociedad agrícola, cerrada y tradicional a ser una sociedad televisiva y consumista, nos pillaron en plena adolescencia. Ahí tenemos las fotos de Joaquín Iñigo que ha hecho de notario de esta transformación de los habitantes y del pueblo
Fueron asomándose y sucediéndose, con una rapidez inusitada hasta entonces, el tergal y la terlenka, el escai y el duralex, el twist y la yenka. Dejamos de enseñar las sayas y nos pusimos pantalones. Fuimos dejando los botijos y el pozal de agua fresca del pozo y los sustituimos por la cámara. Ya no hacía falta dejar algún perol en la ventana al resguardo de la frescura de la noche. Ya teníamos neveras. Ya no hacían falta las tinajas en las recocinas. Ya no hacían falta las recocinas pero sí la televisión
Y la televisión llegó al bar de Arturo y con ella la modernidad. Vimos cómo se casó Fabiola con Balduino en 1960, vimos cómo triunfaba El Cordobés, ídolo popular que significó el triunfo desde la pobreza, de amplia sonrisa y soberbio frequillo, pero sobre todo vimos a PARDO. Yo creo que estaríamos todo el pueblo en el bar de Arturo viendo una especie “Salto a la Fama” y cuando salió Pardo con un traje blanco, la emoción contenida, el silencio se podía cortar con un cuchillo y de su voz profunda salió “Granada, tierra soñada por mi….”. Nos pareció que nos la dedicaba, era nuestro artista. Tanto esperar y enseguida se acabó
La bici (BH, Orbea, BIC) en verano era nuestro habitual medio de locomoción. Con la bici a todos los sitios y si se pinchaba, a llevarla a Joaquín o a Jesús el de la Obdulia. A los chicos se les compraba bici con barra y hasta que crecían para llegar al sillín andaban metiendo una pierna por debajo de la barra en una postura de auténtico desequilibrio que no les impedía hacer malabarismos y chandríos "bicicleteriles". Eran los tiempos de “a las 10, en casa”
Oficialmente entre 1960 y 1970 la renta per cápita creció en España un 82%. ¿Cómo lo notamos? Aparte de las novedades con las que rellenábamos las casas (butano, nevera, transistores...), veíamos que la gente se iba del pueblo. S’ha ido a vivir a Pamplona, se decía. Este éxodo rural, este marchar del pueblo a la ciudad fue paralelo a la desaparición de los carros y los machos, los aladros y los burros, las gallinas y los corrales, las cuadras y los graneros. Y don Pepe, el boticario, dejó de vender medicinas en la farmacia de la plaza. Y la Dolores, la telefonista, dejó de meter y sacar clavijas, aunque siguió cantando en la Iglesia. Cantaba ella en solitario y cantaba la Teresica mientras su hermano Miguelico, autodidacta, hacía virguerías con la guitarra, igual que Romualdo y Ciriza, destacados cantantes. Sin necesidad de guitarra, a pelo, las voces joteras de mi tío Julián "el Pelaire" y Garraza rasgaban el aire con olor a clarete. Continúa Luis Martínez de Morentin, “el Pequeño”, mientras Jesús Ángel Basterra sigue cantando de todo y tenemos nuevas promesas femeninas en las personas de Adriana Hermoso, hija de Rubén y Manoli y de la hija de Goyo, el carpintero, también excelente jotera. Ambas tienen las vitrinas llenas de premios para orgullo propio y del pueblo en general
En versión lúdica los años sesenta los vivimos con el Duo Dinámico, Luis Aguilé, Los Brincos y Los Bravos, versión autóctona de los Beatles, y otros artistas extranjeros. Sus músicas eran rompedoras, la guitarra eléctrica, las melenas, las barbas. Eran “progres”. Sus letras atrevidas: Con un sorbito de champán, Borracho yo…tururú. Dejamos atrás el Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, el Jabato, el Capitán Trueno con el tragón Goliat que se comía perniles enteros, los Jeromines y los cuentos de hadas y los sustituimos por la minifalda y la trenka, los flequillos a lo Cordobés y las melenas a lo Massiel. Éramos ye-yés
A las chicas nos enseñaron a hacer vainica y ganchillo, a zurcir calcetines y a bordar sábanas, a hacer punto y a echar remiendos. Pero no los hemos necesitado, si acaso para desatascar el estrés o por puro placer. Somos prácticamente la primera generación que dejó de hacer lo que siempre habían hecho nuestras madres y abuelas. Nos pusimos a trabajar fuera de casa. La fábrica de Sarrió fue decisiva en el pueblo para este menester, el resto lo hizo la evolución económica que nos transformó en una sociedad industrial y de servicios. Los agricultores dejaron de tener hijos agricultores, ya no necesitábamos a Zugasti, el guarnicionero, ni a “Maduro”el herrador. No había cueros que arreglar ni caballerías que herrar. Los hijos estudiaban o marchaban fuera a trabajar pero también vinieron nuevos gatos de adopción casados con gente del pueblo o atraídos por las posibilidades que ofrecía la fábrica. Hoy los que nos "expatriamos" en los años sesenta, cuando volvemos al pueblo, apenas reconocemos a los jóvenes, hay que mirarles a la cara y ver a quién se parecen, a quién se dan, buscando rasgos conocidos, eslabones de la continuidad."Tú ¿de quién eres?". Podemos estar contentos de poder preguntarlo y de poder contar todo esto. Lo que viene a continuación en el tiempo ya es la vida adulta. Es la llamada "vida", hecha sobre los cimientos de la infancia y la adolescencia transcurridos en un pueblo de Navarra llamado ALLO. Cada cual ha seguido unos derroteros distintos pero siempre nos quedarán estas "COMEDIAS Y VARIETÉS". Deseamos que alguien las continúe. Lo nuestro se acabó.
Esther Zubiría