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SEGUNDA PARTE: NUESTRA GENERACIÓN

Ya se ha rifado la colcha. Le ha tocado a la generación que pasó la infancia durante los años cincuenta y la adolescencia durante los sesenta. En la subasta final se llevó muchas tiras de números sobrantes. Tenía muchas posibilidades. Es la nuestra.  Es una generación puente, una generación de transición entre la vida y el hacer de nuestros padres y el porvenir de nuestros hijos. Una generación que pasó de la leche de vaca a la Copeleche en botellas de cristal retornables; de la pluma con tajo a la estilográfica y el bolígrafo; de las palanganas de porcelana y los baldes metálicos al plástico por doquier; de las cocinillas de leña al butano; del botijo y el pozal de agua fresca a la cámara; del río a la lavadora; de la radio en la cocina a los transistores y la televisión; de las sayas almidonadas  a las faldas de tablas de tergal, que no se planchaban, y de los calcetines de perlé a las medias de colores elásticas. Una generación que conoció el cepillo de dientes ya mayorcita porque de pequeños no había agua corriente y una generación  que,  prácticamente, ha sido también la primera  que empezó a casarse con folasteros. Nos llamábamos Pedrito, Luisito, Paquito, Jesusín, Toñín, Goyo, Sagrarito, Merceditas, Concesita, Carmencita, Luisita, Esperancita, Conchita, Rita, Pili, Rosi, Yoli, Efi, Tere, una Maravillas y   muchas María lo que sea, María Jesús, María Dolores… ( no es exhaustiva la relación, no se moleste nadie). Bien lejos de los nombres actuales.

 

Nuestra generación pudo vislumbrar y entender el transcurrir vital de nuestros padres y abuelos, un transcurrir lento, de pocas variaciones, en que los modos y maneras se continuaban casi invariablemente. Vivió los cambios a la llamada modernidad durante el Desarrollismo español de los años sesenta y hoy observa expectante el devenir de nuestros hijos en una edad en la que nuestros padres ya eran abuelos.

 

Es una generación a la que le ha tocado de refilón el mundo de los ordenadores y el internet. La hermana María y la hermana Domitila no nos enseñaron el lenguaje de las megas, el chip, discos duros, navegar…. Nos enseñaron a sumar y a restar cuando no había calculadoras, a escribir en la pizarra con el pizarrín y a mejorar la letra con los cuadernos de caligrafía. De ese mundo procedemos, como nuestros padres, y a éste hemos llegado: a tener una web de Allo en internet que se puede ver en todo el mundo mundial.

 

Algunos salimos del pueblo, críos todavía, para estudiar. Los que nos siguieron fueron más numerosos y hoy  son todos. Muchas de las cosas que contamos aquí les sonará no a chino, que ya no son los chinitos del papel de plata, les sonará a cosa de carcas, de vejestorios, algo difícil de imaginar. Porque     ¿cómo se van a imaginar un  mundo sin televisión y sin mando a distancia, un mundo sin coches y sin motos? Tampoco entenderán muchas de las palabras que hemos recogido. Pues bien, tienen que saber que han existido, existen y existirán mientras haya alguien que las pronuncie. No quiere decir esto que tienen que hablar así. Afortunadamente para ellos ya conocen las correctas pero no está de más que en vez de enseñar el ombligo enseñen el meligo y en vez de decirnos que les rayamos nos digan que les renegamos. Estas palabras pueden ser  el hilo que nos une, por lo menos aparentemente, algo que nos identifica como el piricucho de la fuente

 

En fin, seguimos con el mismo objetivo: recuperar la memoria, arrancar sonrisas y preservar nuestros signos distintivos, empezando por el habla.