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LA BASILICA DEL SANTO CRISTO DE LAS AGUAS

 

 Recientemente se hizo una restauración del Santo Cristo,    en la que se descubrió que es totalmente románica,  y no del periodo de la transición románica gótica.

          Antes de restaurar

Otra puntualización es que el cristo ya no lleva la falda aterciopelada que le cubría de la cintura hasta los pies, pudiéndose ver toda la talla al completo

En cada pueblo de nuestra tierra, hasta en los más escondidos rincones de la geografía Navarra, existió siempre (y por fortuna perduran aún), una imagen venerada y querida de la Virgen, de Cristo, o de un santo cualquiera de la corte celeste. Centenares de ellas son celosamente custodiadas en otras tantas ermitas o parroquias. Imágenes que durante siglos fueron blanco de súplicas y centro de la vida religiosa del pueblo, hoy las encontramos convertidas en valiosas obras de arte, a menudo rodeadas de fantásticas leyendas en torno a su aparición. No seremos nosotros quienes nos pronunciemos acerca de la autenticidad de estas historias, sin embargo, sí tendremos que decir porque es bien cierto, que lo 

Y no había de ser Allo una excepción en este sentido. También aquí guardamos con orgullo una imagen de Cristo crucificado, a quien todos hemos pedido su divina intercesión en las cosas materiales de nuestra vida. Pero tal vez, la súplica que más veces haya escuchado sea para pedirle agua. Agua de lluvia en años de sequía; agua que en otoño se hará vino, y trigo de blanco pan en verano; agua que sacie los campos resecos tras largas temporadas de no llover; y aguas también, de eterna felicidad.

La imagen de Jesús Crucificado que bajo la advocación de Santísimo Cristo de las Aguas se venera en Allo, viene rodeada de una aureola de misterio en torno a su aparición. Nos cuenta la leyenda, que en cierta ocasión, en un lugar próximo al pueblo se refugió un malhechor al que perseguía la justicia. La noche se había echado encima precipitada por la tempestuosidad de la tarde. El viento azotaba las ramas de los árboles, al mismo tiempo que eran revestidas de plata por el resplandor de los relámpagos. El cielo entero amenazaba con desplomarse. El fugitivo creyó más conveniente ocultarse en un corral abandonado que había a la entrada del pueblo. Allí se resguardó y pasó la noche. Cuando hubo pasado la tormenta y amaneció el nuevo día, el criminal, arrepentido sin duda de sus faltas y obsesionado por la Idea de poner tierra de por medio entre él y sus perseguidores, salió de su escondite con los primeros rayos de la alborada. Mas detúvose confuso y asustado por la misteriosa voz que de entre unos matorrales le decía: «No temas».

Maravillado por tal prodigio, avisó a los vecinos, que acompañados por el cabildo parroquial fueron hasta el lugar del suceso. Ante los ojos de todos, y oculto por la maleza de unas zarzas, apareció la imagen de un Cristo crucificado que inmediatamente fue llevada a la iglesia. Pero como era voluntad de Dios que la imagen se venerara en el mismo sitio de su aparición, los vecinos construyeron una digna morada para este Cristo.

Es hoy la basílica del Santo Cristo de las Aguas un edificio de piedra sillar y de mampostería, con planta de cruz latina, rematado en cúpula de ladrillo. En su interior tiene adosadas dos pequeñas capillas que sobresalen de los brazos del crucero. En cada una de ellas hay dos altares de escaso valor artístico, que guardan algunas imágenes más meritorias. En el de la derecha, podemos ver una talla de San Cristóbal y otra de San Pedro en el de la izquierda. Ambas pertenecieron a las desaparecidas ermitas de las que fueron titulares y que se encontraban en los actuales términos de San Pedro y San Cristóbal.

Dos diminutos retablos de un incipiente barroco, tan hermosos como pequeños, cobijan sendas imágenes de San Gregorio y de San Juan Bautista. Los dos retablos se levantan sobre altares de piedra que piden a gritos ser desnudados de las tablas que los revisten.

Una artística verja de hierro separa el presbiterio del resto de la capilla. En el ábside, y dentro de una vitrina, vemos la imagen del Santo Cristo de las Aguas cubierta de cintura para abajo con una falda de terciopelo rojo, con los atributos de la Pasión bordados en oro. Prescindiendo de ella, encontramos una imagen de tamaño poco menos que el natural, de basta factura y tosco acabado, pero que dada la antigüedad en que fue realizada, nos extraña que no haya sido estudiada por ninguno de los muchos escritores que han tratado estos temas de escultura Navarra. Ni Tomás Biurrun, ni José E. Uranga, ni siquiera los padres Clavería y Valencia en su obra «Crucifijos en Navarra», se ocuparon de éste de Allo, que por las razones que seguidamente detallamos, pensamos que fue construido en el período de transición del románico al gótico. Dichas razones son estas:

a) Conserva como características propias de los cristos románicos el hecho de no estar pendiente de la cruz, sino colocado delante de ella. Además tiene las piernas y los pies separados entre sí, y está sujeto a la cruz por cuatro clavos: dos en las manos y dos en los pies.

b) Es un Cristo que pierde majestuosidad, al tiempo que su sufrimiento se humaniza, y por lo tanto va ganando realismo. Todavía está vivo y ya aparecen en su rostro los primeros signos de dolor. También sus piernas se inclinan hacia la izquierda a partir de las rodillas.

c) Como características comunes de los cristos góticos, encontramos que éste de Allo va coronado de espinas, en lugar de la corona real tan común en los románicos. Por otra parte ya sabemos que éstos vienen revestidos de una túnica que les cubre desde la cintura hasta los pies, o incluso todo el cuerpo, y la imagen que nos ocupa se cubre de una faldilla que le tapa hasta las rodillas y que se anuda en la cintura.

De las 29 imágenes del Crucificado que aparecen en la obra anteriormente citada de Jacinto Clavería y Antonio Valencia, no encontramos ninguna que haya sido tallada con tan poco acierto como la del Santo Cristo de las Aguas. Sus brazos arrancan del tronco casi en horizontal, formando con éste sendos abanicos de carne que corresponden a los sobacos. Las manos (y sobre todo los dedos) son desproporcionados y de burda escultura. El tórax y abdomen, totalmente lisos. Las costillas comienzan a dibujarse casi a partir del cuello, haciéndose cada vez mayores hasta llegar al esternón, dividiéndose aquí en dos grupos, uno por cada costado. Luego van progresivamente decreciendo de tamaño hasta llegar a la cintura en que desaparecen. Tampoco la factura de sus piernas nos dan ninguna lección anatómica, ya que son casi cilíndricas.

El mayor acierto escultórico conseguido en este Cristo lo constituye sin duda alguna su cabeza. Es desproporcionada del resto del cuerpo y totalmente simétrica, si bien queda inclinada hacia el lado derecho. De poblada barba y largas melenas, vemos dentro de los orificios que forman sus arqueadas cejas, unos ojos entreabiertos que reflejan el sufrimiento de los últimos minutos de agonía. A los lados de la cara sobresalen las orejas, de tamaño excesivamente grande, y rodeando la parte superior va colocada una postiza corona de espinas. La nariz es muy alargada, y de su terminación nacen dos mechones de pelo que rodean la boca. El conjunto del bigote y la barba, y sobre todo la forma con que se han dibujado los mechones de ésta, constituyen un bonito acierto escultórico, pues da la impresión de que hubieran sido peinados poco antes.

Aunque no sabemos en qué fecha, sí podemos asegurar que esta imagen ha sido pintada con posterioridad a su construcción. El rostro, tronco, brazos y piernas son de un color carne, ligeramente aceitunado y salpicado de menudas gotas de sangre, salvo en la llaga del costado, en la que el color rojo es más intenso. Sus cabellos son negros.

Muchas veces nos hemos preguntado el porqué de este título que ostenta esta imagen de Hallo. Creemos que la advocación de las Aguas que le acompaña, se debe a la amenaza que el pueblo ha padecido durante muchos siglos, de quedar inundado por las lluvias caídas en las tormentas veraniegas. Esta circunstancia influiría sin duda en el fervor que nuestros antepasados sentían hacia la imagen patrona y querida de todos, para solicitar de su poder infinito que las temidas riadas no causaran daños en el lugar. Todavía hay personas (generalmente mayores) que en estos trances suben a la basílica del Santo Cristo y hacen sonar su campanillo: en parte para que no se produzcan riadas, y en parte también, para que las tormentas no vengan acompañadas de granizo y pedrisco.

De igual modo, en épocas de intensa sequía (tan calamitosas siempre en un pueblo cuyo único medio de vida fue la agricultura), ha sido decisiva la intervención del Cristo. Y esto ya no es leyenda. Nos lo han contado personas que fueron testigos de tales sucesos, y lo hemos podido leer en documentos redactados para reseñar estos acontecimientos. Así, en uno de ellos escrito por el concejo de la villa, podemos leer que en junio de 1849, a causa de la extraordinaria sequía que padecían los campos, el ayuntamiento propuso al cabildo parroquial que se sacase la venerada imagen del Cristo y se hiciese una solemne procesión desde su capilla hasta la iglesia. Aceptada la petición, se solicitaron los correspondientes permisos del obispado, y una vez que el obispo se hubo pronunciado a favor de esta causa, se organizó la procesión. El 6 de junio fue trasladado el Santo Cristo a la parroquia, y dice el documento que «se consiguió lluvia abundante a las veinticinco horas de haber sacado a aquel Señor Santísimo de su Santuario o morada, y siguió lloviendo los nueve días que se le tuvo en novena». El ayuntamiento levantó acta formal en el libro de acuerdos municipal, «para perpetuar tan señalado acontecimiento en las generaciones de esta Villa que les sucedan».

En otras muchas ocasiones se hizo rogativa con la imagen del Santo Cristo de las Aguas, llevándola en procesión desde su capilla a la iglesia, y volviéndolo a su lugar pasados los nueve días de la novena. Más tarde o más temprano las lluvias volvían siempre para devolver la vida a los áridos campos, como en el caso que hemos oído referir de la rogativa que se efectuó en noviembre de 1904. Nos contaba una anciana, que terminada la novena, el pueblo había quedado desilusionado porque las lluvias no hicieron acto de presencia. Pero el último día, al trasladar la imagen de la parroquia a su basílica, cuado quedaban unos pasos tan sólo para que ésta entrara en el pórtico, comenzó a llover, de tal suerte que los dos concejales que portaban las andas por su parte delantera pudieron resguardarse a tiempo, mientras que los que iban detrás se mojaron bastante. Incluso contaba la anciana que el propio «Santísimo Cristo» se mojó la falda.