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GARCHENA

 

Hay un largo paréntesis desde que estos pueblos invasores habitaran (o pudieran habitar) en el pueblo, hasta la aparición de los primeros escritos que nos hablen, ya con certeza, de Allo. Es en los documentos del Becerro de Irache, que pertenecieron al monasterio de ese nombre (y que hoy se guardan en el Archivo Real y General de Navarra), donde vemos citado por vez primera el nombre del lugar. El primero de ellos está firmado en 1064 por Sancho el de Peñalén, y en él se dice: «Esta es la carta original que yo Sancho, Rey por indicación de Dios, con ánimo libre y espontánea voluntad, que yo te escribo Fortunio Velaskiz de aquella heredad que tienes en la villa que se llama Ecoyen y aquella otra que tienes en Allo, heredad que fue de tu suegro García Sayón, con las tierras, viñas, manzanos, molinos, casas, huertos, todo íntegramente sirva al monasterio de Santa María de Irache y al abad Veremundo y a todos los monjes para remedio de mi alma y de mis padres, sin que nadie lo contradiga, para siempre». No hay duda ya de que para esta fecha estaba formado el municipio de Allo, pues entre las posesiones que el rey Sancho menciona, aparecen las casas. Observamos también que el calificativo de villa que el soberano da a Ecoyen no puede hacerse extensivo a Allo.

Pensando vamos en todo esto cuando abandonamos la senda que nos llevó hasta el Alto de la Lucía y nos introducimos en una amplia carretera de asfalto que nos llevará a una de las calles del pueblo que llaman de «La Balsa». Justo ahí, había hasta hace cuatro años una hermosa laguna en la que se recogía el agua de lluvia caída durante el año, y de la cual se abastecían las personas y animales del pueblo durante siglos. Dicha estanca existía ya a finales del siglo XVI, pues con esta fecha hay un proceso en el Archivo Diocesano de Pamplona, en el que aparece mencionada. Tenía esta balsa unas escaleras de piedra por donde descendían las mujeres para llenar sus cántaros y botijos. Tenía además, una ladera de suave pendiente, enlosada con piedras perfectamente colocadas, para evitar que los animales resbalasen y cayesen al agua. Aquí saciaban su sed las caballerías que después de un agotadora jornada de trabajo, arrastrando en las eras el pesado trillo, o tirando del arado que introducía su acerada punta en las entrañas de la tierra. También los rebaños de ovejas y cabras encontraban en este lugar su ración de agua siempre clara y fresca.

Pero al construir la fábrica de papel que la empresa Sarrio tiene montada en Allo, fue preciso trazar la carretera que anteriormente heñios utilizado, y tal vez por comodidad, o bien por desconocer el verdadero valor artístico-rural que para el pueblo tenía, lo cierto es que fue rellenada de tierra y escombros, para cubrirla posteriormente de asfalto. Una vez más, el progreso y el desarrollo se habían cobrado una nueva víctima.

Nos introducimos en el pueblo por la calle de «la Balsa» y preguntamos por el barrio de Garchena. Habíamos oído que éste fue el núcleo primitivo, alrededor del cual se formó el pueblo. Entramos por una angosta calle, en uno de cuyos muros podemos leer: «Barrio de Garchena». Apenas unos metros más adelante se abre ante nuestra vista una barriada de casas nuevas, de fachadas blancas y limpias, con corridos balcones plagados de macetas multicolores. Poco después, una plazoleta nos muestra el contraste de estas viviendas con otras mucho más viejas; de pequeñas y ennegrecidas paredes de piedra; de tejados bajos y oscuras entradas.

La estampa que se nos ofrece es pintoresca y muy entrañable. Un viejo carro de madera, gastado y maltrecho, nos muestra su desnudo esqueleto sostenido por dos grandes ruedas. Sobre unos setos que crecen exuberantes al orillo de una senda, se ven tendidas al sol algunas piezas de ropa blanca. Más adelante, un pequeño grupo de ancianos consumen en silencio los últimos rayos solares. Las señoras, sentadas en bajas sillas de paja, cubren sus cabezas con un blanco pañuelo. Los hombres, en sillones de ancho respaldo, dormitan en la solemnidad de este atardecer de primavera. En sus cabezas llevan puestas unas raídas boinas que hace muchos años perdieron su primitivo color negro. Uno de ellos juguetea en el suelo con la punta de su bastón. Cuando nos acercamos al grupo para saludarles y explicarles el motivo de nuestra visita, un enorme perro celoso y guardián, denuncia nuestra presencia con fuertes ladridos. Un anciano de venerable aspecto le ordena callar y nosotros se lo agradecemos, al tiempo que le hacemos saber las razones de este viaje. Una señora de boca desdentada y manos temblorosas, con voz cascada pero cantarína y agradable, nos cuenta que, según había oído decir a su padre (quien a su vez lo escuchó del suyo), en Garchena estuvieron situados el primer ayuntamiento y plaza pública de Allo.

Garchena deriva de la unión de dos términos vascongados: Garcés y enea (Garces-enea, Garcesena, Garchena), que significa casa de los Garcés o Garcías. Inmediatamente surge una pregunta: ¿pudo ser García Sayón, yerno de Fortunio Ve-laskiz, al que vimos en los documentos del Becerro de Ira-che, el que dio nombre a Garchena, y por tanto el fundador del pueblo?

De cualquier forma una vez construida la casa de los García, se formaron otras de gentes más sencillas en torno a la del fundador, y de este modo, el poblado fue estirándose a lo largo de dos caminos: el camino real de Pamplona, y principalmente el camino de Estella.

Por este último llegaban algunos peregrinos castellanos con dirección a Santiago de Compostela. Tomaban la ruta de Calahorra, y desde allí, por Lerín y Allo, entraban en Irache y empalmaban con la ruta Mayor de Navarra. Miles de caminos como éste se habían llenado de romeros y penitentes. Por ellos viajaban reyes, condes y príncipes; monjes, abades y obispos; villanos, malhechores y mendigos. Pobres y ricos, enfermos y sanos; todos tenían una meta común: el sepulcro del Apóstol Santiago. Con ellos viajaban además comerciantes de todo tipo, escultores, maestros arquitectos, oficiales plateros y joyeros, prestamistas, trovadores, curanderos, mercaderes de tejidos y de animales de carga y transporte, etc., etc. Muchos de ellos se establecían en lugares estratégicos, donde el paso de peregrinos fuera obligado. Así nacieron nuevos pueblos y se repoblaron muchas villas. Así se crearon hospederías, posadas y hospitales, en los que nunca faltaba un trozo de pan y queso, y un jarro de vino. Eran lugares donde se atendía a los enfermos, lavándoles las llagas de sus pies doloridos. Tampoco habían de faltar en los caminos jacobeos, clérigos y monjes, imprescindibles para la cura de almas, y encargados de dar sepultura en sus iglesias y cenobios a aquellos peregrinos que morían en el camino.

Aprovechando todas estas circunstancias, Garchena fue estirándose con dirección al norte y tomando como eje del casco urbano, el «camino Viejo» y su prolongación con el camino de Estella. Parte de este camino es actualmente la calle del Santo Cristo, y nos dirá Ricardo Ros que en él, en la casa donde hoy vive Aurelio Hermoso de Mendoza, se encontraba el antiguo hospital de peregrinos, con anterioridad a 1596.