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LA ABUELA MÓNICA

LA ABUELA MÓNICA

Se llamaba Mónica Inés. La foto está fechada en Madrid en febrero de 1945. ¿ Qué hacía en Madrid esta mujer que había nacido y vivido siempre en Allo?. No lo sabemos, pero es la única foto que tenemos de ella. Posiblemente habría ido a ver a uno de sus hijos antes de morir. Podemos imaginarnos la energía que se necesita a su edad para viajar desde Allo hasta Madrid en aquellos tiempos de postguerra. Haría unos cuantos trasbordos en mundos desconocidos y Madrid sería, con toda seguridad, el  destino más alejado de su pueblo que pisaría en su vida

Tiene en la mirada baja un punto de tristeza en unos ojos que debieron de ser hermosos. Aunque fue una  mujer que miró de frente a la vida, no se debió atrever a mirar directamente a la cámara. La falta de costumbre. Se le ve una piel tersa que conserva todavía el óvalo y los pómulos de una cara bien conformada. Nariz fina, boca amplia, el pelo recogido en un moño peinado con aquellas peinetas de color nácar con prietas púas por ambos lados. Peinetas que en su recorrido suplían a los dificultosos y esporádicos lavados con agua de la balsa o con agua de canales. El rostro sobresale y destaca desde un, en apariencia, elegante  abrigo con cuello, seguramente negro y hecho por ella.

Si una cosa caracterizó a esta mujer es su energía. Tuvo cuatro  hijos: mi abuelo Román  Alonso, muerto a los 36 años  antes de la guerra y que dejó cinco hijos entre 10 y cinco meses, Elena Alonso, madre de Joaquín Íñigo,  Joaquín Alonso que marchó a Madrid y prosperó y Jesús Alonso que fue asesinado durante la guerra en Lerín, donde residía. Vivió la muerte de dos hijos y de un nieto, mi tío Delfín, el primer muerto de Allo en la guerra con 16 años.

 Mi  abuela Julia, su nuera, siempre la tuvo en la boca. Le ayudó a sacar adelante a sus hijos mientras ambas trabajaban. Mi abuela Julia donde podía, la bisabuela Mónica como modista. “Se enseñó a coser sin que nadie le enseñaría”, nos han repetido muchas veces, por lo menos a mí que de jovenica  iba “pa modista” y siempre me mentaban: “ésta, como  la abuela Mónica”. Debió ser muy trabajadora y cariñosa y dejó un gran recuerdo en la familia de los Alonso. “Mucho completa”, es la definición que han hecho siempre de ella.

Antes los nombres también se heredaban y los padres, abuelos y nietos podían  llamarse igual. En esta familia los nombres de Joaquín, Delfín, Elena se han repetido en recuerdos sucesivos. Pero a pesar de su predicamento a ninguna nos pusieron Mónica. Hoy han irrumpido los nombres de telenovelas americanas y los supuestamente originales, aquellos que no tienen santos, que las mujeres mayores casi no saben pronunciar y que, cuando se les tenga que poner el DON O DOÑA  delante, tendremos que acostumbrarnos. Con ello se ha roto el árbol genealógico de los nombres y, si ya podemos hasta cambiar de orden el apellido, el hilo umbilical que te unía a tus antepasados desaparece definitivamente. Este proceso es paralelo a la creencia consciente o inconsciente de que lo que somos lo tenemos por derecho propio, de forma inapelable e irreversible. A mi entender, equivocada creencia. Posiblemente esta crisis nos diluya la prepotencia de nuevos ricos. La palabra crisis se define como tiempo en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Ahí estamos,  inmersos en una crisis que se presume larga y no sólo económicamente. Es algo más profundo. El mundo que nazca no será el de la abuela Mónica pero creo que no tendremos más remedio que aprender algo de la filosofía que orientó su vida y la de otros muchos como ella. “Esto dará la vuelta” repetía refiriéndose a que lo que pasó en la guerra se sabría. Ha dado la vuelta, ya se sabe  ¿y qué?. Me parece que es más fácil expurgar en el pasado buscando culpabilidades que aprender de él para no repetirlo.

La abuela Mónica tuvo 18 nietos, entre ellos mi madre y Joaquín. Del número de bisnietos ya hemos perdido la cuenta. Nacidos en Allo de dos hijos, trece, entre ellos Javier y yo. Los tataranietos ya no conocen su existencia y, aunque  numerosos, no  han seguido esa progresión geométrica de la antigua demografía. Hoy raro es el que tiene más de dos hijos. Como las creencias son creencias y no se pueden demostrar,  yo quiero creer que algún ramalazo de sus genes nos ha trasmitido a nietos, bisnietos e incluso a tataranietos. Yo le veo un parecido físico a una tataranieta enérgica, simpática, inteligente y graciosa llamada Esther Ochoa.

Vivió en la calle La Montoya, en la casa que con el tiempo sería de Joaquín  y viviría en ella. Su máquina de coser ha pasado de generación en generación y aún se conserva. Es como una joya de la familia, una familia que siempre la ha recordado y que ahora, aprovechando la circunstancia, os lo contamos a todos.