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ESTA HISTORIA NOS VIENE AL PELO

Memorias de una peluquería y de una peluquera

 

Elegí este subtítulo porque  es difícil entender una peluquería sin peluquera, y una peluquera sin peluquería. Han sido 46 años dedicados en cuerpo y alma a esta profesión. Hablo de mi hermana Pili Gambra que, durante todos estos años, se ha dedicado a lavar, cortar, secar, peinar, rizar, desrizar, teñir, desteñir, alisar, moldear y permanentear, si se me permite la licencia, el pelo de muchas señoras (en Allo les llamamos “mujeres”) de nuestro pueblo y también de pueblos cercanos, como Arellano, Dicastillo, Morentin, Munian, Aberin, etc.

 

Escribir sobre alguien siempre es difícil, porque los sentimientos y afectos pueden influir sobre nuestra objetividad. En este caso lo es incluso más. Escribir sobre mi hermana y su profesión complica más la cosa. No me gustaría que me saliera algo ñoño, partidista, donde se note mucho que hay parte interesada en el asunto. Por ello, pido disculpas y comprensión, si esto ocurre.

 

Dicen que hay profesiones que son puramente vocacionales, como ser profesor o médico. Te tiene que gustar sí o sí la docencia o la medicina para poder desempeñar esta labor de forma satisfactoria. Si no te gusta, mal vas. Eso es así. Sin ninguna duda, podríamos incluir la profesión de peluquera dentro de este grupo de profesiones vocacionales, porque es imprescindible que la que lava cabezas, corta, tiñe, seca y peina se sienta a gusto desarrollando estas tareas. 

 

En el caso de mi hermana Pili, sintió la vocación por ser peluquera gracias a su prima Mª Carmen, que también lo fue. Mª Carmen estaba casada con Gamboa hijo, también maestro como  su padre. Muchos lo recordarán. Tenía dos hermanos: Carmelo y Mari Fe y los tres eran hijos de Antonio el que hacía carros y de la Feli. Cuando los carros empezaron a ser sustituidos por remolques, la familia se trasladó a Zaragoza, pero Mª Carmen, al cabo del tiempo, volvió a Allo por razones matrimoniales. La Pili le ayudaba a menudo en su peluquería porque estaba sola. No había agua caliente, así que tenían que calentar agua en la cocina de leña, porque tampoco había butano. La calentaba la tía Feli y con una jarra y un cubo lavaban las cabezas. Después había que sacar el agua que caía a un depósito del lavacabezas y la tenían que tirar a la carretera o a una huerta que tenían detrás. 

 

Además, antes de ayudar a su prima, con unos 14 años de edad, peinaba a sus amigas Juanita Osaba (hija de Pochoncho), Margarita de la Ascensión, Mª Carmen Íñigo la de Eustaquio… Todas querían que la Pili las peinara. A la Margarita le ponía unos cardados enormes. Como no había peines de púa como ahora, le levantaba el cardado con una aguja de hacer punto. A su amiga Juanita, cuando la peinaba, le decía: “¡Qué bien te ha quedado por detrás!” y ella le contestaba: “Tú péiname por delante, que por detrás como yo no me veo…”. Con estas prácticas pronto le entró el gusanillo de ser peluquera. 

 

Sin embargo, en casa no la obligaron a trabajar tan joven. Antes de empezar a lavar cabezas, estuvo un año ayudándole a su amiga Mª Carmen en la tienda, pero nuestro padre le dijo que era mucho mejor que se fuera a estudiar peluquería si realmente le gustaba. 

 

Efectivamente, como así era, se fue a San Sebastián a aprender este oficio. Su formación como peluquera empezó cuando ella tenía unos 18 años. Eligió San Sebastián, y no Pamplona, porque nuestra prima Ana Pili Iduriaga Gambra estaba trabajando allí en Tornos Thor y se encargó de buscarle una academia. Aunque ella ingresó en la academia con algunas tablas, muchas de sus compañeras no sabían nada de peluquería, solamente tenían afición, pero ella llevaba de adelanto lo que había aprendido ayudando a su prima Mª Carmen y peinando a sus amigas, lo que le hacía ser de las más avanzadas. Todas las demás empezaban desde cero. 

 

Estuvo en la academia unos seis meses, desde noviembre hasta abril del curso 1965-1966. La academia se llamaba “Guayar” y estaba en la calle Secundino Esnaola, nº 13, 1º, en el barrio de Gros. Vivía en la calle Matía y tenía que cruzar San Sebastián de punta a punta. Iba en el trolebús hasta la Avenida y después tenía que cruzar el puente de Gros. Para la comunión de nuestra hermana Juli, abril del año 1966, ya había terminado su formación. 

 

Nada más llegar de San Sebastián, en ese mismo verano, montó la peluquería. Nuestro padre tuvo que hacer obra (puertas, ventanas, acondicionar la casa para poner los secadores…). Puso una cristalera y, a diferencia de la peluquería de su prima Mª Carmen, ya había agua corriente en las casas. Sin embargo, cuando había escasez de agua y la cortaban, que era frecuente, tenían que calentar perolas de agua que recogían en cubos, baldes, garrafas… Los cortes de agua podían durar horas e incluso días. Eso sí, no todo fueron obras. Aprovecharon unos azulejos granates muy bonitos, donde antes había un baño, para colocar el lavacabezas. 

 

El precio de los primeros peinados era barato. Empezó en la peluquería trabajando sola. Aparte de peinados, también depilaba con cera y le gustaba mucho maquillar cuando había bodas. Iba a maquillar y peinar a las novias y madrinas a sus casas. A las madrinas les ponía la mantilla con peineta. A las novias, lo que antes se conocía como “moño” (ahora, “recogidos”). Sus primeras clientas fueron la Rufi y la Mª Luz Goicoechea, a las que les hizo una permanente. Desgraciadamente, no les cogió bien. Quizá uno de los motivos fuese que, en la academia, daban los líquidos ya preparados en los botes, pero no les decían que había que agitarlos. No los agitó y la permanente no salió como era de esperar, así que la tuvo que volver a hacer. No le quedó más remedio que hacer un 2x1: hacer 2 y cobrar 1. 

 

Como toda  peluquera que se precie, tenía un cartel publicitario en la fachada de la casa. Este cartel era luminoso y se lo regaló Henry Colomer por la compra de productos. En él se podía leer: “Peluquería Pili”. Lo colocó nuestro padre. Estuvo durante todos los años en los que mi hermana tuvo la peluquería en el Raso. Debido al desgaste de tanto tiempo, al final se fundió la luz. 

 

Sin ninguna duda, mi hermana era famosa por hacer unos moños preciosos. Se aficionó a hacer moños porque le gustaba hacerlos. Su maestra fue la Vitoria de Eliseo. Además, en aquella época, los moños estaban de moda. Por cada moño, ponía un cuarto de kilo de horquillas y mucha laca. Para aplicar la laca, había que apretar el bote con fuerza, ya que por aquel entonces, no existía la de spray. Entre los moños famosos del pueblo, destacan los de la Mª Jesús Aísa, Encarna Montes, Margarita de la Ascensión, Mª Jesús de Villar, Mª Jesús Arellano, Rosarito Arellano, Pilar de la Honoria, Azucena… Además, cuando las mujeres se iban a casar, se dejaban el pelo largo y la Pili les hacía un moño para el día de su boda. Sin lugar a dudas, los moños y cardaos  más famosos eran  los de la Margarita de la Ascensión. La Crucita Arrieta le dijo en una ocasión a  su madre: “Va tu hija con un peinado que no me ha dejado ver el Santo en la procesión”. 

 

Sin embargo, no solo se especializó en  moños a  novias y madrinas para las bodas, sino que también peinaba a las niñas para su Primera Comunión. Se dejaban el pelo largo para que mi hermana les hiciera uno de esos preciosos moños redondos y pizpiretos  a cuyo alrededor ponía la diadema. Después de la Comunión y el Corpus, ocasión en que volvían a lucir sus blancas y almidonadas galas, las chicas ya se podían cortar el pelo. Muchas veces, este pelo cortado se aprovechaba para hacer moños y barbas postizas, como en el caso de los Reyes Magos que salían año tras año en la Cabalgata del pueblo.

 

Aparte de peinados y maquillaje, mi hermana también depilaba a las clientas con cera. Una vez, fueron la Victoria de Eliseo y su hermana a depilarse a la peluquería y llevaron un perro, un Pastor alemán, y metió el rabo en el perol de la cera. No hubo más remedio que cortarle el pelo del rabo. La peluquería de mujeres fue, por un instante, peluquería canina, con el aspaviento correspondiente. En verano, la cera se calentaba al sol en la terraza, no hacía falta usar el butano porque hacía mucho calor. Por el contrario, en invierno sí era necesario usar el butano para calentar la cera. El recipiente en cuestión era un perol rojo que contenía la cera y una cuchara de palo vieja que estaba siempre pegada al perol. Un pequeño secreto: en la cera había pelos de todo Allo, ya que se no se cambiaba en cada depilación. La proporción de la cera de depilar era la siguiente: 750 g de resina y 150 g de cera.

 

Llegó el momento de más complicaciones para mi hermana Pili. Se casó, tuvo una hija y siguió trabajando. Con esta nueva situación laboral y personal, se hacía difícil poder atender a su familia y a la peluquería de manera satisfactoria. Afortunadamente, la conciliación de su vida laboral y personal fue posible gracias a que nuestra madre, la Sabi, se ocupaba de su hija Susana por las mañanas y, por las tardes, la cuidaba la tía Josefina, tía de su marido José Antonio, aquella que le decía como piropo a la pequeña Susana: Portadaaa… que cuando seas grande  has d’ir al Rotavatorrrr… (oséase, al Trovador, primera discoteca de Estella en los tiempos modernos, donde muchos de Allo encontraron novio/novia de los pueblos de la merindad). Entre todos, pues, nos pudimos apañar más o menos bien. 

 

Al principio, no había horario de peluquería. Cuando no daba citas, empezaba su jornada a eso de las 7 de la mañana. Abría la puerta, aún de noche, y en la calle había seis o siete mujeres esperando para entrar, sobre todo en los días de víspera. En los días normales, las mujeres se presentaban a la hora que querían, daba igual que estuviéramos en la cama o que estuviéramos comiendo. No la pillaron acostada ninguna vez porque era madrugadora y, para cuando aparecía la primera mujer, ya estaba levantada. En estos tiempos, el concepto de descanso laboral era totalmente distinto al que tenemos ahora. Lo normal en la actualidad es descansar los fines de semana. Sin embargo, antes no era así. Mi hermana trabajaba hasta los domingos. Después, los tiempos y las costumbres cambiaron un poco y las tardes de los sábados pasaron a estar dedicadas a peinar a la familia.

 

Si había jornadas interminables de trabajo, esas eran los días previos a las Fiestas Patronales. Como ejemplo ilustrativo de esto, destacaremos el siguiente episodio. Un día fue la Rosi de Romualdo a la peluquería. Estaba entonces embarazada. Fue sobre las tres de la tarde y era víspera de alguna fiesta: San Isidro, La Magdalena o Fiestas Patronales. A las diez de la noche seguía en la peluquería. Se acercó la Rosario, su suegra, a la peluquería y le dijo a mi hermana: “Anda, matamatrimonios, ¿pero cómo puedes tener a esta mujer desde las tres de la tarde? Han venido los hombres del campo y no está en casa”. Este es solo un ejemplo de la cantidad de horas que se pasaban las mujeres en la peluquería (de media, unas siete horas). Muchos años, ha estado hasta las dos y las tres de la mañana trabajando. 

 

Aunque sus comienzos fueron en solitario, ha recibido ayuda extra en momentos puntuales durante varios años. Un poco antes de casarse, una chica de Sartaguda, que tenía amistad con la Conchita Lafuente, venía a Allo a ayudarla, sobre todo por las tardes, y ella iba a Sartaguda a echarle también una mano. La ayuda se centraba sobre todo en lavar cabezas y teñir. Así se hacía más llevadero y rápido. Sin embargo, no siempre esta ayuda era bien recibida por la clientela. Algunas mujeres decían: “A mí que no me peine ésta, ¿eh?”. En Sartaguda pasaba lo mismo pero a la inversa. Parece ser que esto de la peluquera para las mujeres es como el confesor. Ya te conoce los remolinos del pelo como el confesor los del alma y no hace falta mucha explicación.

 

Aparte de esta ayuda profesional, nuestra madre y hermana Juli también le lavaban cabezas de vez en cuando. Pasado el tiempo, venía a la peluquería una chica de Arróniz para desempeñar la misma función, ya cuando tenía la peluquería instalada en su domicilio actual, donde empezó a vivir después de casarse, en el año 1977. En esta casa vivieron nuestros abuelos Lorenzo y Pilar y posteriormente nuestros padres. La adaptación  de la casa a los nuevos tiempos la hicieron nuestro hermano Jesús, nuestro padre, su marido José Antonio y Ramón Íñigo Matadoves. La obra de acondicionamiento para la nueva peluquería la hicieron nuestro padre y José Antonio. El último refuerzo durante los días intensos de trabajo en la peluquería fue Asun Munárriz, hija de Chomi, que se formó como peluquera en Barcelona.

 

¿Qué sería de una peluquería sin recibir la visita de viajantes? Mi hermana los consideraba como parte de la familia. Venían viajantes de Pamplona, Zaragoza, Logroño… Los nombres que le vienen a la cabeza son el de Fernando, Sonia, los representantes de la casa Sanagustín, etc. Quizá Zaragoza era la ciudad más importante en cuanto a comerciantes se refiere en aquella época. Recuerda con especial cariño a uno de Logroño, Fernando, que vendía productos de L’Oreal. Siempre teníamos encima de la mesa de la terraza tomates, lechugas, etc. Cogía un tomate y se lo comía crudo, cosa que le resultaba extraño a nuestra peluquera en cuestión, pero que ahora hace ella. Otro viajante que dejó huella en la peluquera y la peluquería era José Luis Jurío, quien fue a la peluquería durante 45 años. Tenía un almacén con todo tipo de marcas. Se jubiló a los 70 años. Le iba demasiado bien el negocio como para querer jubilarse antes.

 

 Las peluqueras también iban a muchos desfiles de peinados, menos frecuentes hoy en día, invitadas por las casas comerciales. Estos desfiles tenían lugar en Logroño y Pamplona. Durante los 46 años de profesión, ha tenido que pasar por distintos tipos de reciclaje para estar siempre a la última. Fue a varios cursillos, aparte de estos desfiles, de los cuales guarda diplomas a modo de reconocimiento. En estos cursillos, enseñaban a las peluqueras a cortar, a administrar el tinte, a peinar… con técnicas y modos modernos.

 

Abramos ahora el anecdotario para aportar un toque de humor a esta historia. Ojo y pestaña, que la vista engaña. Una clienta se llevó unas gafas que eran de otra señora. Se fue a la compra sin darse cuenta de que no eran sus gafas (¿Haría bien la compra?). Y seguimos con el tema gafas. Otra clienta se puso las gafas de otra señora. Se las ponía, se las quitaba, las frotaba en la chaqueta, se las volvía a poner y volvía a hacer el mismo proceso…como si las gafas tuvieran alguna mancha que le impidieran ver con claridad. Se tenía que ir a una boda y allí que se fue con las gafas de la otra (¿Pelaría bien los langostinos?).

 

Cambiamos de tercio. Especialista en corte de pelo de niños no era, pero alguno caía por la peluquería. Uno de ellos era nuestro sobrino José Gambra, que tenía tanto miedo a cortarse el pelo que se escapaba con el peinador puesto por toda la calle hasta casa de su abuela. Todavía se lo recuerda muchas veces a su tía cuando se ven. Seguimos con niños. Otro niño, sentado en el sillón y llorando a moco tendido, le decía a su abuela, que le acompañaba: “¡Abuela, mira cómo caen!” (refiriéndose a sus propios pelos). Volvemos a las mujeres. Otra clienta cogió una cartera, le pagó el tinte, se fue a casa tan tranquila y, al llegar allí, se dio cuenta de que no era la suya (¿Daría las gracias a la que le “invitó” al tinte?). En las tardes de mucho trabajo, cuando se juntaban unas ocho o diez clientas, se lo pasaban gloria contando historias. En una de estas tardes coincidieron la Elvira Garraza y la Carmen Montes y estuvieron toda la tarde comentando cosas de cuando eran chiguitas. Una de las anécdotas que recuerda porque se rieron mucho es la siguiente. En Allo, casi nadie tenía bicicletas, así que todas tenían envidia o rancilla (como se dice en nuestro pueblo) de las que sí tenían bicicletas. Una de las que tenían era la Pura Macua, cuyo padre era carnicero. Ella era hija única, así que siempre tenía todo lo que quería. Cuando salían de la escuela, iban todas caminando detrás de la Pura, que iba montada en su bicicleta. Cuando se fueron a casa, una de la cuadrilla dijo: “Yo mañana voy a estrenar bicicleta. Al atardecer, venid todas aquí y os la enseño”. Llegó el momento de enseñar la bicicleta. Era justo el momento en el que venían las cabras a casa después de estar pastando todo el día en el campo. La que dijo que iba a estrenar bicicleta se montó en una cabra. La cabra no quiso salir al centro de la calle, solo iba por las paredes. La dueña de la cabra transformada en bicicleta se rozó piernas, muslos y brazos y no podía ni parar la cabra. Todas las amigas la llevaron a una acequia a lavarle las heridas que le hizo la cabra. Menudas risas sólo de recordarlo pero…si se habría  montau en bicicleta, igual se habría roto una pierna.

 

Como ya he mencionado anteriormente, las clientas procedían de otros pueblos aparte de Allo, tales como Aberin, Muniain, Morentin, Arellano y, últimamente, Dicastillo. Las mujeres de Morentin, Muniain y Aberin venían a Allo en unos autobuses llamados “Napal”. Venían a las 8.30 de la mañana y se podían marchar a las doce, a la una y a las tres de la tarde. El hecho de que vinieran muchas clientas de Muniain se debe en parte a mí, que hacía de representante por circunstancias que no necesitan ser explicadas. Esta representación no le salía gratis a mi hermana. En el cajón derecho del tocador estaba el bote del dinero y yo me encargaba de que mermara algo, sobre todo los sábados y domingos. Mi hermana, que no es tonta, lo notaba, pero nunca me dijo nada. Siempre ha sido muy generosa.

 

La peluquería nunca fue unisex, mi hermana solo peinaba a señoras. El motivo es que nunca le ha gustado. De hecho, los únicos hombres a los que nos ha cortado el pelo somos los miembros de la familia, los de casa. Quizá veía la cabeza de los hombres un poco rara para cortar. Aunque en la academia solo le enseñaron a cortar el pelo de señoras, podría haber aprendido perfectamente a cortar el pelo a los hombres, pero como no le gustaba nada, no puso empeño en aprender.

 

De todas las clientas que han pasado por la peluquería, recuerda a algunas especialmente. Casi todas las clientas le han dejado huella, sobre todo por su gran fidelidad. Por ejemplo, la Mª Esther Azanza fue a la peluquería durante muchísimos años hasta que sus condiciones de salud se lo permitieron. También recuerda con especial cariño a Mari, madre de Mireia y suegra de Secun. Todavía hoy mantienen la amistad a través del teléfono. Durante los últimos años, bajaban clientas sobre todo de Dicastillo y le traían numerosos dulces y pastas. Siempre han sido muy espléndidas y le han obsequiado con numerosos detalles. Dice que no hay quien haga rosquillas como las de Dicastillo.

 

Durante los primeros años que trabajó como peluquera, convivió con alguna otra peluquería: con la Meli, Mª Jose Zalduendo, Enedina Castanera, su prima Mª Carmen, una chica del País Vasco… Después de que estas se fueran retirando, compartió oficio con la Pili Ochoa y la Izaskun. Con todas se ha llevado muy bien.

 

De la misma forma que ocurre con otras profesiones, a las peluqueras también se les suele dar propinas. Cuando estudiaba en la Academia de San Sebastián, mi hermana, al recoger las propinas que le daban, quedaba con nuestra prima Ana Pili a mitad de camino y se iban a una pastelería que estaba en la parte vieja, donde vendían unos pasteles enormes llamados “Rascacielos”. Las propinas se convertían en “Rascacielos”. Les sabían a gloria. A raíz de poner su propia peluquería en Allo, las propinas fueron más numerosas. 

 

Igual que se acerca el final de este escrito, se acercó su jubilación a mediados de este año, ya que cumple años como todo el mundo. A principios de mayo de 2012, tuvo que anunciar a sus clientas que se iba a jubilar. Muchas de ellas le dijeron: “¡Qué colada nos vas a meter!”. Ella lloró y, aún hoy lo sigue haciendo, porque siente a cada una de sus clientas como suya. El último día que trabajó fue el 31 de mayo de 2012. Su última clienta fue la María de Dicastillo, quien le escribió una preciosa poesía de despedida profesional, que no personal, que podremos leer al final de este escrito.

 

Ahora que está jubilada, echa en falta muchas cosas. A veces echa de menos a sus clientas y otras veces el trabajo. Se siente muy orgullosa de su trayectoria profesional y personal porque nunca ha tenido ningún lío, aunque se podría haber dado el caso, debido a los chismorreos típicos de un pueblo. También se siente orgullosa de haber tenido clientas muy fieles, casi todas ellas han ido a la peluquería durante los 46 años que ha estado abierta. El vacío que le deja la peluquería lo llena con otras muchas cosas que antes no podía hacer, como, por ejemplo, ir a andar todas las mañanas, apuntarse a todos los planes familiares, cantar en el coro, limpiar la iglesia, etc. También habla mucho con todas sus clientas, por teléfono y en persona, porque quiere mantener la amistad que les ha unido durante todos estos años. Pero no solo habla mucho ahora. Si hay algo inherente a la profesión de peluquera,  es el hablar mucho. Ahora que se ha jubilado, sigue hablando mucho, incluso más que antes. Siempre le pillan por la calle o en la puerta de casa. Ya sabemos que la peluquera se llega a convertir en confesora de las clientas, ya que estas depositan mucha confianza en esta figura y de algo hay que hablar durante tanto tiempo. La Pili ha sido todo oídos y le han contado de todo, desde problemas personales hasta asuntos de herencias. Por último, es imprescindible destacar su habilidad estrella. Se sabe todos los teléfonos de las clientas, y alguno más, de memoria, aunque le ha salido un rival que se sabe matrículas de coche de memoria: Pistolo.

 

El propósito de este escrito no es tomar el pelo a nadie, sino reconocer la figura y el trabajo de mi hermana Pili como peluquera, ahora que ya ha colgado la tijera. Sin duda, se ha dejado la piel durante 46 años para satisfacer los deseos de sus clientas. Ha vivido momentos inolvidables dentro de esas cuatro paredes. Pero, sobre todo, ha tenido el privilegio de ganarse la vida haciendo lo que le gusta. Este documento representa una mínima parte de lo que encierra esta profesión. Todos los momentos bonitos que ha vivido entre tinte y permanente solo los conoce ella y quedarán para siempre en su memoria. Debido a que es imposible por razones de tiempo y espacio escribir sobre cada uno de estos recuerdos, hemos querido compartir algunos de ellos con vosotros, así que solo nos queda darte las gracias, Pili, por dejarnos conocer de cerca lo que ha supuesto tu profesión en tu vida. Al fin y al cabo, poder disfrutar de los recuerdos de la vida es tener el privilegio de vivir, como mínimo, dos veces.

 

Para realizar este documento, nos reunimos una tarde de verano junto a una mesa y usamos el ordenador en función grabadora. Hablamos y hablamos durante varios minutos. Mi hija Idoia ha sido la encargada de darle forma a esto. Solo me queda daros las gracias nuevamente a ti, Pili, por tus recuerdos tan bien evocados, y a ti, Idoia, por hacer entendible esta larga conversación que saltaba sin mucho orden de una cosa a otra.

Aquí está. Una foto de la peluquería tomada cuando ya estaba dando sus últimos coletazos. Vacía, sin clientas, sin peluquera, pero guardando todos los aparatos y herramientas necesarias para ejercer la profesión. A la izquierda, el lavacabezas. Al fondo, la mesita de las revistas, siempre actualizadas, junto con los secadores y, más cerca en la imagen, el carrito de las menudencias: rulos de todos los tamaños, bigudís, palitos de la permanente, horquillas, pinzas, cepillos, tijeras, peines, etc. Siempre fue peluquería modesta, no quiso ser salón de belleza.

 

Vista desde otro ángulo, vemos al fondo el tocador repleto de todo tipo de productos: gominas, lacas, espumas, agua pulverizada... Al lado del tocador, una mesita auxiliar con toallas, secadores de mano, algodones y una radio que siempre la acompañaba. El espejo refleja la ventana que se asoma a un florido jardín. En las paredes, pósters cumpliendo una doble función: decorativa e inspiradora de modernos cortes de pelo y peinados. El tocador, pieza fundamental de toda peluquería, refleja en sus lunas el buen hacer de la peluquera. Podemos decir que esta peluquería murió de verdad el 30 de agosto por la tarde, cuando desmontamos su tocador. Los Traperos de Emaús se encargaron de hacer desaparecer el lavacabezas. Los secadores se regalaron a dos buenas clientas. Los espejos del tocador se guardaron pa’ por si acaso. El sillón viejo ya no podía aguantar más y al nuevo ya le daremos alguna utilidad.

 

Aquí una clienta de las que no pagan. Su pelo es fácil, corto, necesita poco trabajo: lavar, aclarar y…ya se secará al aire. ¿Tal vez sonríen porque saben que saldrán en Internet?

 

Esta clienta tampoco pagó, pero había que reproducir en una cabeza joven, como aquellas en las que hizo sus primeros pinitos, uno de aquellos moños que con tanto orgullo llevaron muchas mujeres de Allo.

 

 

Como despedida, adjunto la poesía que la María de Dicastillo, a vuelapluma, compuso y dedicó a su peluquera de cabecera.

 

Para Pili

 

Hoy día 31 de mayo

para mí es un día muy peculiar.

Pili, han pasado muchos años

cuando yo bajé por primera vez a tu peluquería,

que es cuando te conocí.

 

Fue pasando el tiempo,

me brindaste tu amistad.

Y entonces descubrí

que eras una gran profesional.

 

Pili, sobran las palabras que hoy te quisiera decir

de lo que yo siento por ti.

Pues tú me has conocido a mí

y yo te he conocido a ti.

 

Lo más bonito que te quiero decir

es que te he querido siempre,

que te quiero

y te querré mientras Dios me dé vida.

 

Ahora te voy a decir lo que dice el cantar,

que para mí tiene un gran sentimiento:

 

Adiós con el corazón,

que con el alma no puedo.

Al despedirme de ti,

llorar quisiera y no puedo.

 

Hoy es el día del cierre de una larga carrera

profesional, que esta profesional se llama

Pili.

 

Pili, yo te quiero decir que voy a seguir

con tu amistad, porque para mí eres

una amiga excepcional.

 

Con todo mi cariño te escribo esta despedida,

dictada por mi corazón para una gran

profesional y una especial amiga.

 

Te quiero.

 

Mª Teresa.

 

 

Y la Pili cuando la leyó, se puso a llorar.

 

 

 

Lorenzo Gambra.

Octubre 2012.